OBRA ABIERTA U OBRA CERRADA
(historia de un despropósito)
(IX)
II Salón Femenino de Arte Actual, Barcelona,1963.
La década de los años setenta marcaron el inicio de la revisión de la vanguardia española, corrigiéndose sus olvidos y estableciéndose unos nuevos lazos entre arte y coleccionismo. Fue un tiempo sin un criterio estético depurado, un tiempo de acaloramiento sin apenas pautas a seguir por la carencia de herramientas para alejarse de los concursos costumbrista que aún seguía vigentes en toda España; un tiempo de conjeturas, pero, a la par, emprendedor y de gran vitalidad que sirvió para establecer una nueva manera de entender los mecenazgos. Fue el momento en el que Caja Plasencia dio el paso para conformar una colección dentro de ese paraguas que se denominó obra social. Así, las primeras piezas que se adquirieron definen perfectamente aquella época, aunque formaron parte de la bisoñez propia de esos años que se abrieron a nuevos horizontes. Sin embargo, alguno de sus postulados se adelantaron a ese tiempo como se ve en artistas que ya plasmaban problemas de gran actualidad hoy.
Carlos Pezzi en una demostración en abril de 2006.
Ejemplos de este cambio social que trajo el tardofranquismo y los primeros años de una transición política lo tenemos en los paisajes de Carlos Pezzi o María Calvet. Dos artistas que nos presentan composiciones reordenadas lejos de aquella la pintura formalista empeñada en darnos visiones reales, que, más allá, de seguir la tradición del paisajismo español preocupado por representar un entorno determinado, entienden el paisaje no sólo por sus de cualidades físicas, sean geográficas o geológicas, sino también le añaden cualidades emotivas que nos relacionan con el entorno. Existe una vuelta a un nuevo orden empalmando con las vanguardias de preguerra; un orden que vine dado por la búsqueda de un equilibrio entre experiencias y sensaciones, entre lo observado y lo representado, entre aquello que podemos ver y lo que podemos intuir, haciendo de los paisajes un instrumento para reflexionar.
En este sentido, a Carlos Pezzi le interesa el concepto de lugar y, como fiel reflejo de la Escuela de Priego y de las enseñanzas de Antonio Povedano, fija su interés en esa vitalidad que infunde a sus paisajes a través de impresiones, de los contrastes de luz y del empleo del color. Con ello va deconstruyendo la escena de Primavera en Huéscar en planos mediante una sutil gradación de la gama cromática muy bien armada.
Carlos Pezzi, Primavera en Huéscar, 1979.
Una postura distinta a la de Carlos Pezzi sitúa a la profesora de Bellas Artes María Calvet, conocedora de la Historia del Arte e impulsora del «Salón Femenino de Arte Actual» en Barcelona entre 1962 y 1971, en la colección como ejemplo del papel que iniciaron con fuerza artista dentro de un mundo fundamentalmente masculino. Fue una artista cuyo fin era romper con la invisibilidad de la mujer que la ideología social y moral les había relegado en el mundo artístico[1]. Formó parte de aquella plataforma que pugnó por las propuestas femeninas que anunciaron una nueva perspectiva sobre el paisaje. De hecho, en la serie que dedicó a los paseos otoñales está el cuadro Paisaje en rojo, en el que mediante densas texturas de pinceladas bermellón (con clara influencia fauvista) recrea el ramaje, confiriéndole con ello un movimiento nervioso y vibrante poco usual en la pintura occidental. Una mirada crítica (y avanzada en esos años) que nos habla de las transformaciones profundas de una Naturaleza que pierde sus propiedades definitorias. No quiere rendir un homenaje al paisaje, todo lo contrario, es una evocación, un escenario en el que la delicadeza es gratuita, llevando incluso su pintura al borde de la abstracción.
María Calvet, Paisaje en rojo, 1981.
Participantes en el Salón Femenino de Arte Actual, Barcelona
Por otro lado, al margen de la pintura de paisaje está el granadino Francisco Lagares, profesor de Dibujo en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y Catedrático de Dibujo en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada. Su obra ha sido reconocida con la concesión de la Beca de la Fundación Juan March en 1971, el pensionado en la Academia Española de Bellas Artes en Roma en ese mismo año o la Ayuda para la Investigación de Nuevas Formas Expresivas y Promoción de las Artes Plásticas en 1980, dada por el Ministerio de Cultura. El Cuadro Toby resume perfectamente quién es Paco Lagares: la dualidad y la pluralidad de significados que tienen sus obras. Sus composiciones casi siempre son alegóricas y por ello precisan de una profunda reflexión. Mediante un el dibujo limpio y una composición cuidada, con las proporciones medidas, la obra hace alusión a la dualidad del ser humano, a sus instintos, a la humanización de los animales (cada vez más presente en nuestra sociedad) que, en el fondo, no es más que una sátira de todos los ajustes sociales a los que estamos sometidos y que desde los años ochenta no han dejado de crecer; una gran metáfora sobre el diformismo que entraña el conocimiento, donde se entreveran los sentidos, la sensibilidad, las ideas y la razón.
Francisco Lagares, Toby, 1980.
Por último y dentro de este bloque sobre la renovación de las artes en los años setenta, destacan, asimismo, Álvaro Segovia y Manuel Santiago Morato. Álvaro Segovia, también becado por la Fundación March, con la obra Recuerdo de un final recurre a un mundo onírico, a una ensoñación partiendo de una experiencia y de un sentimiento. Recrea una mirada interior para pintar una realidad en la que la memoria y el paso del tiempo son el eje que guía toda la composición y donde las imágenes confunden la realidad con las emociones. Así desde el presente proyecta toda la historia de detrás, la rescata del olvido dando vida a todo lo que se ha ido desvaneciendo, desde la infancia a la senectud.
Álvaro Segovia, Recuerdo de un final, 1981.
Manuel Santiago Morato, Bodegón de las estatuas, 1980.
En un plano similar se sitúa Manuel Santiago Morato, pintor perteneciente a esa generación enraizada en los principios academicista que evolucionó hacia campos oníricos. Partió de una formación ortodoxa que se vio envuelta en la gran encrucijada del arte español de los años cincuenta, orientándose hacia una pintura magicista con tintes surrealistas. Su estilo se ha movido siempre dentro de la figuración desde su primera aparición en 1958 en la Sala de Sindicatos de Madrid. Sus cuadros se distinguen por el dibujo minucioso y preciso, por un cromatismo variado y brillante, por establecer en el lienzo composiciones complejas que llegan al horror vacui, y en las que se entremezclan fantasía y realidad, perturbación y ternura, erotismo y melancolía[2], la leyenda y la sátira, la alegría y la muerte[3], y la asociación de su pintura a criaturas dispares y extrañas [4]. Y todo ello con un dominio de la línea y del color que han hecho de su obra una pintura esencialmente barroca o, mejor aún, próxima al barroquismo.
Y de esta hornada también forman parte nombre como Antonio Cañamero, Rafael Giráldez, la primara época de Enrique Jiménez Carrero o Vera Vallejo.
[1] María Aurèlia Capmany, en el texto introductorio al catálogo del VIII Salón Femenino de Arte Actual, Palau de la Virreina, Barcelona, 1969, titulado «Per què un saló femení», se interroga sobre las motivaciones de la decisión de crear el Salón Femenino de Arte Actual: «No existe ningún examen previo de virilidad, es cierto, pero la tarjeta de identidad de una mujer es observada con prevención. Naturalmente, los malintencionados deducen que las dificultades que encuentra una mujer residen en sus propias virtudes, es decir, que la obra de creación femenina es una obra de menor cuantía, que escasamente consigue el promedio que otras expresiones de la cultura exigen».
[2] HERNÁNDEZ NIEVES, R., «Manuel Santiago Morato. Algunos datos fundamentales», en Manuel Santiago Morato, Consejería de Cultura, Badajoz, 2003, p. 22.
[3] ANTOLÍN, M., «Cuando soñar es vivir», en Manuel Santiago Morato, Opus cit., Badajoz, 2003, p. 38. Y, «Manuel Santiago Morato expone en la Galería Balboa», en Diario Ya, 16-X-1982.
[4] GARCÍA VIÑOLAS, M., «Manuel Santiago Morato», en Diario Pueblo, 22-V-1974
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