CUANDO LA HISTORIA SE VA DESDIBUJANDO:  LA MALTRATADA PUERTA DE TALAVERA

(II)

 

 

Hoy veo cómo algunos placentinos se alarman por el estado en el que la Puerta Talavera se encuentra. Y me alegro de que en cada plancentino haya un humanista que viva en esa pequeña Florencia; me complace que cada placentino sepa de urbanismo, de arquitectura, de museología, de patrimonio… Está claro que la demolición de un inmueble pegado a la muralla tiene sus consecuencias. Entre ellas, la seguridad y la estética. Pero son inevitables en un principio y su objetivo es recuperar parte de lo que fue una ciudad fortificada.Se trata de buscar la razón de su existencia, nada más.

 


Nadie protestó en marzo de 1704 cuando se inició la transformación de un punto crucial de la ciudad al demoler la Puerta de Talavera para suplirlo por un arco triunfal de cartón; nadie echó en falta las piedras que se le fueron quitando al con el fin de aplanar la calzada que iba desde Santa Ana a los Alamitos en 1786; nadie se indignó con las transformaciones que se sucedieron a partir 1841 junto al paseo de la  Isla y continuaron con  la paulatina desaparición de la muralla debido a las medidas higienistas de la época, lo que supuso la apertura de nuevas puertas y el germen de los primeros «ensanches», como es el caso del Paseo del Caño Soso (hoy Avenida del Valle); nadie lloró por las subastas, iniciadas en los tiempos del obispo José González Laso en el siglo XVIII, de las piedras de los lienzos de  muralla, nadie se perturbó  por esa determinación que hizo que gran parte del  recinto fuese parcialmente derribado  por el Ayuntamiento; nadie se rebeló por el incremento de permisos dados por el Consistorio para  las construir casas adosadas a las murallas, perdiendo, en este sentido, el carácter defensivo que tuvo la ciudad [1] en favor de los primeros ensanches y del empedrado de las calles; nadie se lamentó que con los cantos de la barbacana se levantaran los muros de contención en lo alto se San Antón; nadie imploró por  la demolición del Alcázar con su Arca del Agua en 1937 (a 5 pesetas y 50 céntimos la pieza) y la construcción en la posguerra española de viviendas para maestros y militares y edificar el cuartel de la Guardia Civil; nadie  se opuso a la venta del solar -con muralla incluida- de la Puerta Talavera en 1945  para inaugurar en 1951 el Hotel Alfonso VIII y levantar la nueva oficina de la Caja de Ahorros de Plasencia; a casi nadie le importó en 1996 la desaparición del magnífico Hospital de la Merced o de las Llagas, fundado en 1332, con un intervención irracional y cutre para levantar un aparcamiento y poner en riesgo el derrumbe de toda la Puerta Talavera; nadie se inmutó por la pérdida en 1998 del edificio que hacía chaflán en la confluencia de la Calle Alfonso VIII y la Avenida del Valle para la novísima sede de Caja Extremadura… Y, como guinda de todo pastel, nos colaron un «contrapunto, [que renunció] a una reconstrucción fidedigna por ausencia de elementos originales, [y] el tramo murario desaparecido [en la Puerta Coria] se sustituye con un entramado metálico formado por perfiles verticales oxidados»[2], creando lo puede tildarse de una actuación ANTIPATRIMONIAL en pos de una supuesta función social de integrar lo contemporáneo en los cascos históricos (ja, ja, ja…). Con esta pintoresca intervención se rompió aquella idea que en 1968 la Dirección General de Bellas Artes del Ministerio y el arquitecto José Manuel González Valcárcel tuvieron de buscar un sello excelencia mediante la diferenciación de lo antiguo y lo nuevo.  Principio que Ignacio Feduchi y Jesús Temprano aplicaron con esmero en todas las restauraciones que se han hecho de la muralla. Distintos criterios se han ido sucediendo a la hora de ver qué intervención era la adecuada. Eso sí, siempre de acorde con los principios de cada momento. Y todo ello ha dado como resultado el reencuentro de Plasencia con Plasencia. Y, por último, nadie reclama la restauración de tramos relativamente bien conservados para continuar con ese reencuentro en el que se puede o no discrepar.

 



 




Y hoy nos parece alucinante que se descubra parte de un lienzo en la céntrica Puerta Talavera por ser un peligro y por presentar estéticamente al turista una ciudad que sólo trata de sobrevivir al paso de los siglos. Creo que las pérdidas continúas del patrimonio a lo largo del tiempo y falta de sensibilidad han ido haciendo de manera silenciosa su trabajo. Pero, algo hemos cambiado. Y por ello hemos de ponderar la situación y saber qué se pretende con las actuaciones que tanto asombran antes de emitir cualquier juicio. 



Veamos,  pues, cómo era la Puerta Talavera y lo que los siglos han ido haciendo con ella. 





[1]              AGUILAR YUSTE, M., La ruta de los viajeros extranjeros a su paso por Extremadura. 500 años de aventuras, Badajoz, Lecturas de Antropología, Junta de Extremadura, 2018.

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