FRENTE AL DESALIENTO

 

 

 

Desgranar los entresijos al transitar por una ciudad requiere recapitular  su historia. Y ello ha de hacerse  en su justa medida para poder descubrir nuevos horizontes, entrelazar eslabones de una misma cadena que van definiendo un tiempo y un espacio, pero sin reescribir su pasado para imaginar un futuro de los que muchos hablan sin  aportar soluciones. La Historia es de los historiadores, el presente es nuestro (donde hay telepredicadores que sólo denuncian y no aportan) y el futuro imposible de los adivinos. Si  la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, principio esencial de la física que se conoce como la ley de conservación de la energía, una ciudad, muy al contrario, se crea, se destruye y se transforma. Pero tanto la energía como las ciudades guardan en común el que son sistemas cerrados que siempre permanece constante a pesar de sus variaciones. Esto es, si un objeto gana energía, otro objeto debe perder la misma cantidad de energía y si una ciudad se desmantela ha de reintegrarse con un valor similar no sujeto al capricho.

 

Así, el paisaje de Plasencia, entendido como una gran escenografía, no es más que el fruto de las observaciones y vivencias por la que hemos ido atravesando. Y la disparidad de criterio a la hora de enjuiciar la ciudad es infinita.  Unos la ven como un lugar con gran potencial y otros, al contrario, tienen una perspectiva apocalíptica. Ambas posturas nos conducen, desgraciadamente, a ningún punto por tratarse de juicios partidistas cargados de idearios, muchos de ello sólo como denuncia y jamás como propuesta o solución. 

     Construcción  Instituto Nacional de Bachillerato Gabriel y Galán en la calle  Matías Montero, 1932-1933.

 

 

 

 




 





 




 

Tanto para unos como para otros, Plasencia debería entenderse en su complejidad puesto que se trata de  construcción en la que los siglos se superponen, como en la mayoría de los cascos urbanos que guardan celosamente su historia; una mezcla de etapas y generaciones que suscita reflexiones sobre sus múltiples significados al combinar una naturaleza objetiva, aquella que percibimos con nuestros sentidos, y la acción humana que se ha ejercido sobre ella a lo largo de su historia. Actuaciones a veces acertadas y otras equivocadas. Pero, al fin, acciones que concluyen en lo que hoy vemos.

 


 



Esta pluralidad ha configurado un territorio donde se yuxtaponen la geografía, la historia, la estética o, incluso, la antropología, determinando un paisaje tremendamente humanizado. Un resultado lógico de todos los procesos de organización que se han solapado, se han desarrollado secularmente desde la Edad Media y han definido un modelo, una tipología, una ocupación y forma de estar en el mundo muy concreta. Y ello ha fijado el que existan diferentes patrones que varían, sobre todo desde 1975 y al margen de las preferencias que cada uno tengamos, con las alcaldías de Juan Francisco Serrano Pino, José Luis Mariño, Cándido Cabrera, José Luis Díaz, Elia María Blanco y Fernando Pizarro. Pero siempre dan como resultado una ciudad, Plasencia; una ciudad que debería se más agradecida con quienes la han servido con pasión, incluso pagando un alto precio, pero  eso sí, sin perder la crítica constructiva. Y, personalmente, reconozco la labor de cada uno de ellos y por eso me resisto a verla como un sitio vencido donde los agoreros no deberían tener cabida.


 

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