LAS SIRENAS DEL GUADIANA
(I)
Mi buen Robín, acércate. ¿Recuerdas
que una vez, sentado en un promontorio,
oí a una sirena montada en un delfín
entonar tan dulces y armoniosas melodías
que el rudo mar se volvió amable con su canto
y algunas estrellas saltaron locas de su esfera
oyendo a la ninfa de los mares?
William Shakespeare, El sueño de una noche de verano.
Las sirenas son seres fantásticos, seres que ha estado y están muy presentes tanto en la literatura como en las artes desde tiempos prehistóricos. Como señala Carlos García Gual en su ensayo Sirenas. Seducciones y metamorfosis «… a lo largo de los siglos las sirenas cambiaron su figura… el éxito de un motivo mitológico no se mide por el final feliz, sino por su permanencia en el imaginario colectivo. Y ahí ha quedado, amparado por la literatura y las imágenes, casi eterno, el mito del encuentro con las sirenas, seductoras y mutantes». Son mujeres enigmáticas que han ido cambiando sus embrujos y su iconografía.
Las sirenas han estado sometidas, en este sentido, a una metamorfosis constante pasando de representar la magnificencia y amabilidad que nos ofrece el mar a verlas como aquellas mujeres hermosas y seductoras que, en los tiempos de Ulises, encantaban con la armonía de su música a los bienaventurados que alcanzan las islas afortunadas; o como, según los aventureros que se lanzaron a la colonización de las tierras americanas, «doncellas del mar», tal como se desprende del Diario de Cristóbal Colón, quien siguió la tradición griega al describirlas equiparándolas a las nereidas. Pero no siempre han tenido estas apariencias, también debido a su doble naturaleza, se las ha encasillado, como seres híbridos que son, en la idea del engaño, del peligro y la alevosía, y cuyos cantos nos advierten que no deben escucharse. Una paradoja que une amenaza y prudencia y por ello la mitología les ha proporcionado el don de la sabiduría.
Con Las Sirenas del Guadiana se pretende no sólo reivindicar su figura, sino continuar con su presencia en el imaginario colectivo y enjuiciarlas como ya lo hicieron Homero, Platón, Apolodoro, Giovanni Boccaccio, los bestiarios, los moralistas cristianos, los filósofos y autores de libros de emblemas, Dante Alighieri, Francesco Petrarca, Fray Luis de León, Miguel de Cervantes, Pedro Calderón de la Barca, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Franz Kafka, James Joyce, Guillaume Apollinaire, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Luis Alberto de Cuenca, Theodor Adorno, Tzvetan Todorov, Luis Landero… Cada autor ha reformulado el mito, lo ha percibido de manera distinta según la época que les haya tocado vivir. Todos ellos nos aconsejan que permitamos a las sirenas, verdaderas supervivientes a lo largo de los siglos, ya tengan alas o colas, que nos entonen sus cantos para tomar conciencia de lo que somos. Y a nosotros nos aleccionan para escuchar sus melodías. Se nos exhorta porque ellas nos seducen y nos brindan su amor y, a la par, también se enamoran, aunque a veces sean amores frustrados como sucede en La sirenita de Hans Christian Andersen.
En este sentido, las sirenas han catalizado y materializado las diferentes concepciones que hoy tenemos sobre la mujer: de las atribuciones seductores y musicales en la antigüedad hemos pasado a los textos cristianos y moralistas de la Edad Media, que las convierten en tentación y símbolos de seducción y lujuria, cambiando el don de la música por el de la sensualidad. El Renacimiento las consideró damas del mar y con el Barroco se vuelve al embeleso y al embaucamiento puesto que el canto amenaza a la virtud, como escribe Jacobo de Camps Mora «al apelar a los deseos espirituales para apelar a los carnales». Mientras, el Romanticismo las representó como enseñas sensibles que encarnan los amores imposibles. Y en los tiempos de la modernidad se las ha ido escenificando como figuras cautelosas y cautivadoras para terminar siendo en la actualidad melodías vacías acopladas al gusto de una sociedad descreída. Sin olvidar, eso sí, que el mito guarda su esencia en la tradición oral, ahí donde se cruzan la imaginación y la historia de cada pueblo, de cada localidad, hasta hacer de ellas un relato infinito que sigue circulando en el mundo actual, a pesar del exilio al que las ha confinado la ciencia.
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