Arte y espiritualidad en la era contemporánea: un cambio de modelo.
(V)
En otro plano muy distinto al de Juan Barjola o Eduardo Naranjo,y dentro lo que puede denominarse abstracción lírica, se sitúa Luis Canelo, quien nos presenta una nueva visión de la materia, de la mente y del universo. Basándose en la observación, gran parte de sus series tienen como claro objetivo el sobreponerse a las dicotomías artificiales existentes entre lo visual y lo expresivo, lo figurativo y lo abstracto, entre lo material y lo espiritual. Su lógica le lleva a pintar contemplando para captar el espíritu de lo observado y proyectarlo sobre una superficie. Y también dentro de la abstracción encuadramos la pintura de la década de los años noventa de Florentino Díaz. Con un lenguaje sutil y conciso parte de su obra se ha centrado en determinados arquetipos que definen el arte español, acudiendo a sus raíces para identificarse y entonar una áspera evocación que trató de profundizar en los equívocos de nuestra nación[1]: El Escorial, Santa Teresa de Jesús o el Cristo de Velázquez nos hablan de ese afán por desvelarnos una parcela mística de su pintura a través de ese «despojamiento de toda anécdota de ciertas gamas, formas o modos de composición que contuvieran el aroma mental de esas referencias»[2].
Casi en paralelo puede analizarse gran parte del trabajo Hilario Bravo, un pintor de la misma generación que Florentino Díaz. La visión espiritual de su obra procede de los grabadores alemanes en el viaje por Europa que realizó en 1985. Le interesó el sistema de representación, la teoría de la pintura y el comportamiento espiritual que ha tenerse frente al lienzo, al papel o al espacio real en sus esculturas. En sus creaciones casi siempre se plasman los símbolos recogidos del mundo ritual con el fin de aproximar al espectador a una espiritualidad que hemos ido olvidando gracias a vivir en un mundo demasiado tecnológico. Y junto a Hilario Bravo se halla Antonio Ángel quien recurre a estilemas, casi siempre figuras arcaicas que flotan en colores puros que, a la par, ocultan un mensaje y hace que nuestra mirada se fije en ideas que tienen que ver con el olvido y la memoria, la ausencia y la presencia, con lo material y lo espiritual.
En los albores de la década de los noventa: Manuel Vilches, Lourdes Murillo, Pedro Gamonal formaron parte de un grupo nutrido de artista que se integraron en las distintas corrientes que se dieron en nuestro panorama, desde el realismo a la abstracción y desde la estética pop hasta la pintura más conceptual. En este sentido, Lourdes Murillo con una tendencia eminentemente esencialista recurre a objetos y colores con la finalidad de dotan a sus cuadros de ciertas resonancias evocadoras y con ello de un componente conceptual innegable. Nos sitúa, siguiendo su preceder, en dos espacios y en dos temporalidades: uno material o tangible y otro inmaterial o espiritual.
Tanto Manuel Vilches como Alejandro Calderón o Pablo Pellegrini, recurriendo a técnicas digitales y en un alarde de ironía y cierto cinismo, consideran la fotografía como arte por esa capacidad para mentir. Sus obras no son sino una reflexión profunda sobre el sentido alegórico que ha de tener el espacio y ponerlo al servicio de nuestras polémicas internas, quebrando de este modo la objetividad fotográfica para convertir una realidad inquietante– a través de un proceso de digitalización –y hacer de lo cotidiano algo casi irreconocible. La imagen le sirve de pretexto para explicar con elementos inconexos una realidad que ha de asumirse como tal. Así, por ejemplo, Por su parte, Manuel Vilches, a través de sus paisajes vacíos y casi surrealistas, nos ofrece obras más narrativas, donde los elementos que constituyen el cuadro se paralizan en el tiempo al incorporar principios metafísicos, testigos del silencio humano, con el afán de eternizar el tiempo, de paralizar la condición histórica, de representar un espacio híbrido entre la fotografía, la pintura y la digitalización[3]. O Pablo Pellegrini que aborda, como muy bien ha señalado recientemente Rodolfo André Marcone Lo Presti, «el problema de la posmodernidad» que ha ido olvidando los aspectos y valores espirituales y simbólicos de la existencia humana, pretendiendo «construir desde la razón materialista, especulativa, calculadora y utilitaria, presentando un mundo civilizado al desarrollar un bienestar material» o cómodo. Se olvida, por lo tanto, que la civilización es una construcción humana que posee grandes dosis de valores espirituales[4]. O, más allá, Alejandro Calderón acude la metáfora y articula todo su pensamiento y su argumentario, casi como un ritual, para intentar buscar una verdad que sitúa por encima de la propia realidad: reflexiona a través imágenes inquietantes y seductoras, de sus sombras y sus formas geométricas, de su presencia y de su ausencia, con la única finalidad de hacer permutaciones lingüísticas que nos desvelen dos planos de un mismo tema no sin cierta ironía, donde lo corporal y lo espiritual se unen en una prolongación sombreada.
Y dentro de la ironía podemos señalar a José María Larrondo, quien como testimonio de una época utiliza la metáfora para articular todo su pensamiento y fundamento, desde una postura netamente moralista, su búsqueda de la verdad más allá de la propia realidad. Por ello reflexiona, rigurosamente, a través de imágenes inquietantes y de «malabarismos asociativos»[5] donde podemos ver la diversidad de lenguajes artísticos en forma de una torre de Babel que nos habla de confusión y oportunismo. Quizá, en la misma línea, Emilio Gañán siguiendo la tradición de la abstracción geométrica, se mueve entre la espiritualidad (de la vanguardia europea) y el descreimiento (del minimalismo estadounidense), entre la búsqueda mística del interior y la negación fenomenológica de la existencia de ese interior. Y en esa visión interior nos topamos con las hagiografías de Pedro Gamonal que hace uso de la terminología tal como se entendió antes de la Edad Moderna. Esto es, como un anacronismo que ignora el método que emplearon los bolandistas al no ajustarse ni a la veracidad ni al estudio detallado de los santos que representa en su serie, una condición indispensable para el reconocimiento de la santidad. Pedro Gamonal hace todo lo contrario.
[1] ÁLVAREZ REYES, J. A.,« Florentino Díaz en la Propuesta 92 de Madrid», en Hoy, 15-I-1992.
[2] HUCI, F., «Los muros de la patria», en Propuestas 89, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1989, p. 27.
[3] CARPIO, F.,« Una conversación con Manuel Vilches,» en La piel habitada, MEIAC, Madrid, 2007, p. 23. CASTRO FLÓREZ, F.,« Una consideración sobre pintura –en el campo expandido- de Manuel Vilches», en Manuel Vilches. Intervenciones, Caja Extremadura, Cáceres, 2001, s. p.
[4] MARCONE LO PRESTI, R. A., «El poder de la espiritualidad y el arte como afrenta a la tecnología deshumanizadora», en https://www.researchgate.net/profile/Rodolfo-Marcone-Lo-Presti/publication/358856755_El_poder_de_la_espiritualidad_y_el_arte_como_afrenta_a_la_tecnologia_deshumanizadora/links/6218f4d5b1bace00839ab943/El-poder-de-la-espiritualidad-y-el-arte-como-afrenta-a-la-tecnologia-deshumanizadora.pdf?origin=publication_detail [consulta, 15 de mayo, 2024].
[5] CANO RAMOS, J. «Auga Ardente. (Crónica de una travesía bien cumplida)», en José María Larrondo: Auga Ardente, Galería Visol, Ourense, 1998.
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