OBRA ABIERTA U OBRA CERRADA
(historia de un despropósito)
(VI)
Dentro de las obras que están depositadas en la Fundación Caja Extremadura, podemos ver cómo la idea crónica y la de coleccionismo se aúnan para narrar uno proceso histórico que nos habla de la normalización del arte contemporáneo en nuestra sociedad. No cabe duda alguna. Y no cabe duda a pesar del marcado patronaje al que los artistas están sometidos en la actualidad al aceptar los límites que las galerías, los comisarios, los críticos y el mercado imponen a la creación. Sin embargo, ha de apuntarse cómo muchos de estos coleccionismos han impulsado la democratización de la cultura y han ayudado a percibir el mundo, a analizar la sociedad desde un punto de vista crítico.
Por eso, las obras del Salón de Otoño-Obra Abierta deben ayudarnos a redefinir las funciones que el arte contemporáneo asume, pasando de la inconcreción en las que estas obras están en la actualidad a algo tangible, algo que podamos ver a través de una musealización para que tengan una lectura; un relato que muestre las distintas tendencias que se han ido sucediendo desde los años setenta del pasado siglo a este primer cuarto del nuevo milenio. Y, a la par, volver a la de tradición malrauxista, en la que algunas instituciones dotan a la cultura un papel vinculante y una partida económica en la tarea de contribuir a modernizar socialmente un país o una región. Se trata de articular una colección en torno a dos ideas: las obras de arte como documento y la obra de arte como mediadora del deleite de quien las observa.
Si ponemos ejemplos del papel documental que se les ha de otorgar a las piezas de la colección y a su concurrencia, tenemos artistas que copan por completo el cuadro de tendencias que se han sucedido en el arte desde los años setenta. José Vega Ossorio representa la huella dejada por Pancho Cossío y Antoni Clavé, así como por el formalismo figurativo italiano, para dar paso a una pintura fuera de los cánones del momento al fijar su interés por el color y la estructuración de las telas, como se observa en Paisaje de la Alta Extremadura. Hilario Bravo, deudor de grabadores alemanes nos sitúa, fiel a la pintura de los años noventa, en un sistema de representación en el que la teoría y el comportamiento espiritual son el centro de su interés[1]. Sus obras son obras en las que se palpa la elección minuciosa que hace de los materiales, la pulcritud a la hora de ejecutar cualquier tema, la economía de medios empleados, la reducida gama cromática y los cúmulos de barnices y raspaduras donde se ubican señales enigmáticas y fragmentadas muy cercanas a los ideogramas, recurriendo a la ceniza como soporte, como es el caso de Subida al fuego.
Más allá de los artistas relacionados con Extremadura, nos encontramos con el cuadro Menchu Lamas, Sueño de laberinto, que puede resumir el valor iconográfico que tienen las formas abstractas, los efectos ópticos de las líneas cruzadas, los laberintos, las siluetas… Toda una herencia actualizada de la pintura de los años ochenta y de la transvanguardia donde el color, los signos abstractos y figurativos repetidos son los que nos presentan pequeñas historias. Por su parte, Christophe Prat recoge en su obra M. 2007, 3 toda la tradición moderna europea de un Mondrian neoplástico, pero también su concomitancia con la pintura abstracta americana de posguerra (Barnett Newman, Clyfford Still, Mark Rothko…) acercándonos a un lenguaje visual evocativo con resonancias claramente espirituales. En la misma línea de tomar como referencia a las vanguardias históricas a través del color y la línea, a través de Mark Rothko y Piet Mondrian, Tete Alejandre en una imagen digital, bajo el título Tranvía en amarillo, juega con los píxeles intercalando con elementos pictoricistas para reflejar una fuga con la que pasar de la certeza a la incertidumbre. Frente a la vertiente incorpórea de Christophe Prat y de la angulación de los espacios, se sitúa Dis Berlín, artista heterodoxo en esencia y un figurativo alejado de los academicismos, quien recurre a los códigos y arquetipos de la condición humana a través de una serie de relatos cifrados que nos hablan de un mundo sobrepasado por el uso abusivo que hacemos de las imágenes, reflejando en la obra Circuito Homo Sapiens II; una pintura que le ha servido como punto de inflexión en su trayectoria al reclamar que las obras no tengan sólo un punto de vista.
Como legatario del informalismo, de pintura gestual y de los empastes tapianos está Darío Basso con Astado. Una obra que, a través de símbolos que aparentan figuras, nos introduce de lleno en el expresionismo abstracto. O Gabriela Bettini que con Repoussoir nos transmite el afán ecologista y la importancia de defender los recursos; y lo hace mediante paisajes bucólicos que nos recuerdan a aquellos viajeros y exploradores que describieron el Nuevo Continente, aunque en su obra pretende trasladarnos la tragedia de quienes fueron masacrados por defender un sistema de vida; quienes arriesgan su vida para salvar los recursos del planeta. Nos presenta el paisaje como algo coetáneo, como una vivencia en la que subyace un sentido muy personal del entorno, tal como hoy lo entiende los pintores que transitan por este género.
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