EL RETABLO DE LAS RELIQUIAS DE LA CATEDRAL DE PLASENCIA
(I)
EL CÓMO Y EL PORQUÉ DE LAS RELIQUIAS
El Concilio de Trento marcó una nueva era en la Iglesia Católica al enarbolar una representación triunfal de sí misma. Y para ello recurrió a las advocaciones de los santos con el fin preciso de evocarlos y así alcanzar a través de ellos la vida eterna y la redención de todos los pecados. Y este decreto promulgado por Pío VI en diciembre de 1563 tenía que llevar aparejado una decoración acorde en el arte. Y en los retablos que no eran sino una lección catequista, con la llegada del estilo Barroco se culminó ese propósito al renovarse todos los armazones retablísticos de los siglos XV y XVI con la pérdida patrimonial que ello supuso.
La consecuencia más inmediata fue el afán por decorar suntuosamente las iglesias y para ello la Contrarreforma Católica tuvo que librar una batalla con distintas armas. Entre ellas, el valor que debe darse a las imágenes. Para ese objetivo contó con las reliquias, su fervor y su función santificada. La cultura europea de nuevo quiso exteriorizar el valor de las catacumbas romanas como seña martirial, suponiendo el diseminar cientos de reliquias por todo el Occidente durante los siglos XVII y XVIII. En eso, el Concilio de Trento evidenció una gran destreza al unir la religiosidad precristiana y adaptarla al momento contrarreformista.
La Iglesia Católica fijó su interés en la idea de la bienaventuranza que Roma puso en su arte funerario, identificándola con la religiosidad barroca, herencia medieval quebrada por el espíritu crítico del Humanismo contrario a cualquier fetichismo; una postura que con el concilio trentino osciló de nuevo hacia la captación de las conductas relacionadas con las emociones, sobre todo en la Europa meridional, olvidando el temor a aquella idea del Deus absconditus, muy respetada por la reverencia del jansenismo dominante en Francia; ese Dios que la razón humana nunca podrá entender, y que los luteranos cambiaron por un Deus revelatus.
Martín Lutero, De Servo Arbitrio, 1525
La piedad barroca determinó un enorme desdoble de efectos admirables materializados en las obras de arte. Para albergar lo que procedía de los cementerios de Roma, tras el redescubrimiento en 1578 de las catacumbas, centenares de corpi santi, mártires o no, de aquellos cristianos perseguidos se diseminaron por toda Europa. Sólo, tras ser oídas las voces contrarias dentro de la Iglesia, ya en el siglo XIX, se decidió aplicar la signa martirii con la finalidad de separar a quienes fueron sacrificados realmente de los fieles corrientes, certificando así su veracidad. Esto es, en palabras de hoy, en las de la Iglesia actual, es saber quienes fueron «Eucaristías vivientes, ofrendas existenciales», los que alcanzaron «vivir desde el octavo día». Se fijó la mirada en los bolandistas o jesuitas que defendieron el estudio de la vida de los santos iniciada en el siglo XVII por Jean Bolland (1596-1665), quien compendió en Amberes todos los datos que estuvieron a su alcance sobre los virtuosos católicos.
Dentro de este espíritu contrarreformista, hemos de encuadrar la tipología de retablos que se mandaron ejecutar siguiendo el modelo compuesto por estantes, casillas y cofres para alojar las reliquias; reliquias que se acompañaban de una leyenda denominada «auténtica», colocada junto al nombre del santo para certificar su verosimilitud. Y en la catedral de Plasencia tenemos el ejemplo del retablo barroco de las Reliquias erigido por el obispo agustino Fray Placido Bayle y Padilla, quien lo mandó realizar en 1746 al encargarselo al entallador placentino Carlos Simón, quien lo finalizó dos años más tarde.
Virgen del Perdón
Quizá, esta obra vino a sustituir a una serie de celdillas hechas de obra de albañilería dedicadas a las reliquias, denominadas de Santa Inés por estar presidida por un cuadro de dicha advocación; cuadro que sustituyó a la imagen de la Virgen del Perdón ubicada en ese espacio. Un encargo que se hizo a Ruiz de Velasco en 1606 y asentado donde hoy se levanta el de la Asunción. En la actualidad, detrás de este retablo se conserva un receptáculo, obra del aparejador Juan Álvarez, fechado en 1584, para albergar las reliquias donadas por Diego Gómez a la que se sumaron algunas que la Virgen Dormida o Virgen de la Asunción traía desde el taller de Salamanca y las cedidas por el obispo Pedro Ponce de León. El hecho de hacer desaparecer las estanterías de obra de Santa Inés determinó el encargo de otro retablo para las reliquias, el que hoy vemos en la nave del Evangelio.
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