LAS AGUAS DEL JERTE
El agua siempre ha estado presente en la vida de los seres humanos. Simboliza la fuente de la vida, nos sumerge en un proceso de catarsis porque ha sido y es el centro donde todo se renueva. Esas masas displicentes no son sino el origen del origen, ahí donde todas las promesas tienen cabida y donde las amenazas son reabsorbidas en su flujo constante.
Por ello, las aguas constituyen auténticos paisajes, son productos de la combinación de elementos físicos y humanos. En los ríos, los estanques, los lagos, el mar… la huella histórica es la que les da un significado: presas, puentes, canales, molinos, huertas, caminos… generan espacios únicos. Y Plasencia es un ejemplo de todo ello.
El río Jerte nos brinda sensaciones amenas, estéticas, sensoriales y afectivas. Nos identifica y establecemos nexos que, quizá, sean ancestrales porque son el espejo de una forma de entender la vida, la manera de formar parte de nuestra historia, de ser partícipe de un patrimonio cultural común. Es algo que percibimos de manera vital por estar ligado a nuestras vivencias de la infancia, la adolescencia o la juventud. Nos aleja por un momento de vivir con un cronómetro en la mano.
El Jerte -que busca su alineamiento con el Tajo- definió perfectamente la organización regia con Alfonso VIII al articular socialmente toda una tierra a partir del siglo XIII. Sus aguas sirvieron para desarrollar un urbanismo adaptado a la orografía. La morfología de la ciudad y de la muralla, asentadas sobre amplia loma de suaves pendientes y adaptada al curso del río Jerte, nos habla de la importancia de sus aguas. El río sirvió de foso natural para levantar una cerca que se convirtió con el tiempo en una fortaleza. La hoz que dibuja el Jerte al cambiar su viejo curso y aprovechar la apertura que le ofrecían las diaclasas o roturas de los berrocales de San Lázaro, ha hecho de Plasencia una ciudad fácil de custodiar.
Esta circunstancia geográfica sirvió, pues, como defensa natural, y en los desniveles del cerro de la Mota sobre el que se asienta, se levantó una ciudad siguiendo el modelo alfonsí establecido ya en otras fundaciones. Este determinante orográfico dio cabida a los tres puentes que salvan el río y a la vez defiende esa ciudad-fortaleza: hacia el oeste, el de San Lázaro, el más antiguo, levantado sobre otro en el siglo XV y reparado en los primeros años del XVI; hacia el este el Puente Nuevo, que comunica con las comarcas de la Vera y el Valle, construido por Rodrigo Alemán hacia 1500, y que sustituyó a otro más antiguo, de madera, destruido en 1498 a causa de un desbordamiento del curso fluvial; también del siglo XVI es el puente más moderno, denominado como Puente de Trujillo, aunque probablemente se tratase de un antiguo puente de origen romano que sirvió como vado, pero bastante transformado en la actualidad debido a las múltiples adaptaciones.
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