LOS FAROS QUE NOS GUÍAN.

(MARTA REVUELTA)

 



El paisaje natural es un objeto indeterminado que sugiere estímulos variados: el paisaje ha de ser visto para componerse y debe aprehenderse para hacer de ello una virtud. Esto ha determinado que muchos artistas se hayan lanzado a su conquista. La obra de Marta Revuelta debe encuadrarse, pues, en la rica tradición que intentó acabar con el dibujo coloreado en la pintura. A lo largo de la historia tenemos ejemplos, tanto  en Rembrandt van Rijn, Antoine Watteau, Francisco de Goya, Eugène Delacroix, Camille Corot, Eugène Boudin o Johan Barthold Jongkind  como  Claude Monet, Alfred Sisley, Pierre-Auguste Renoir y Camille Pissarro,  que rompieron con los conocimientos, hábitos y asociaciones que alienaron (de alguna manera) nuestra visión, purificando la obra pintada y dándole un carácter exclusivamente óptico: no hay nada de valores táctiles, ni sinfonías geométricas, ni injerencias de otras lógicas ajenas a estas sorprendentes rocas y aguas que Marta Revuelta nos presenta. En sus cuadros se distingue claramente lo que entendemos por paraje y lo que es un paisaje. El primero alude al lugar y el segundo a una contemplación de ese paraje que determina, a su vez, un sentimiento.

 


Así, Marta Revuelta, como su paisano santanderino José Luis del Río, poeta olvidado que en 1912 publicó Versos del mar y de los viajes, nos transporta a aquello que William Turner o Caspar David Friedrich pintaron en sus lienzos: se oye el rumor de la resaca sorda del mar, la soledad que se quiebra (finalmente) al surgir la luz de un faro o de un oleaje que deshace el cuadro en multitud de fragmentos[1]. Los efectos atmosféricos, por un lado, se moldean través del color para presentarnos al mar como el ideal de un desafío que quiere comprobar nuestro valor ante él. Y, por otro lado, representa un lugar donde cabe la soledad y el desasosiego; una situación que sólo se ve contrarrestada con la presencia de un faro o, dicho de otro modo, con la idea de un final del viaje. No es más que una traslación contemporánea de aquellas formas semiveladas e inciertas con la que los pintores románticos interpretaban la Naturaleza a través de la niebla o la difuminación[2]. Se trata de usar el espacio, en apariencias, vacío al dejarlo en sombras con la finalidad de reforzar la pujanza expresiva de la imagen del faro. Esto es, como en el soneto de José Luis de Río Luz por la amura[3], el rayo de luz que se proyecta en sus cuadros o los acantilados inhóspitos de un mar embravecido no son más que esas serviolas que ponen a salvo a los navegantes al final del viaje. Li Cheng, pintor del siglo X, ya concibió los faros como la seguridad y el equilibrio que los barcos buscan.

 


Pero, más allá de todo esto, sólo queda el mar encrespado y las navegaciones turbulentas que nos acercan a aquellas descripciones - que tanto gustaron a Pedro Calderón de la Barca - para dejar arrastrarse por la «magia verdinegra de las olas del mar interior y de la mar océano»[4]. Marta Revuelta o bien nos empuja a una especie de ensoñación donde se confunden los conceptos de realidad y ficción en un fragmento, en una sucesión de emotividades en la que nos deja frente a una Naturaleza desnuda;  o bien nos da la posibilidad de confundirnos con el universo, como apuntó Lord Byron en La peregrinación de Childe Harold; o bien, través de la pintura, nos presenta una de las eternidades[5] de Miguel de Unamuno. Sea como fuere, desde una perspectiva netamente estética, esta gran pintoras quiere reflejar el flujo, el movimiento, la energía y las emociones que son conceptos parejos al tema del agua. O, aún mejor, plasma de manera magistral los efectos de sistemas de fuerzas en acción iluminados por una luz vigilante y protectora que una fracción de tiempo, en una cadencia de segundos nos guía con sus destellos. 


 

Su percepción, en definitiva, de ese espacio tan especial está sujeto a condicionantes tan naturales, como el crecimiento, los desplazamientos de masas, la superposición, la convergencia, la deformación o la propia constancia de las formas que, aveces, se tambaleada por fenómenos de esa propia Naturaleza, como ya dejó patente Johannes Vermeer en el siglo XVII. Fenómenos tan alejados de su lugar de residencia, Villanueva de la Serena.




[1] ALBERTO DE CUENCA, L., «José del Río Sainz», en La poesía y el mar, Visor, Madrid, 1998, pp. 27 y ss.

[2] ARGULLOL, R., La atracción del abismo. Un itinerario por el paisaje romántico, Acantilado, Barcelona, 2006, pp. 112-113.

[3] RÍO, J. L.,  del, Versos del mar y de los viajes, Tipográfico de La Atalaya, Santander, 1912:

Entre el ronco gemido de las olas,

única estrofa de la noche oscura,

se oye clara la voz de las serviolas,

que anuncian una luz por una amura

[4] ALCALÁ-ZAMORA, J., «Los mares portugueses de Calderón», en La poesía y el mar, opus cit., 1998, p. 11.

[5] UNAMUNO, M. de, Paisajes del alma, Madrid, Alianza, Madrid, 1979, p. 86.

 

Comentarios

  1. Qué fascinante obra la de Marta Revuelta!. Sólo ganas de conocer más sobre su pintura, tras leer este maravilloso texto.

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