EMILIO GAÑÁN O LA ESTRUCTURACIÓN DEL CUADRO
Si tuviésemos que calificar la obra del placentino Emilio Gañán de alguna manera, esta sería, ateniéndonos a la magnífica descripción hecha en 2006 por Javier Hontoria, como un arte en proceso continuo en el que la pintura es el principio y el fin. Lo demás no son más que variaciones que van cambiando de tamaño, color, forma o volumen al llevarlas a tres dimensiones: «La obra de Emilio Gañán vive de la conjunción metódica de superficie, línea, plano y color… Liberados de toda anécdota, estos elementos conforman un riguroso entramado que también crece a partir de sutiles variaciones»[1]. Sus obras nacen, en este sentido, de la duda y del caos para hacer proposiciones ciertas que buscan por sí solas la belleza en la misma lógica; unas indagaciones que se suceden a lo largo de su trayectoria con la finalidad de someter esa su verdad, repleta de equilibrios matemáticos en las superficies pintadas, al término estético de sutileza. Por eso en sus obras cuesta, a veces, distinguir lo que es una construcción matemática de lo que es un principio filosófico y de lo que es estrictamente artístico. Aquí radica su singularidad, en hacer una pintura íntima que se aleja de aquellas aventuras que emprendieron los colectivos vinculados al arte normativo al mediar el siglo XX.
Desde sus creaciones más tempranas, las que pueden clasificarse de planas, sus planteamientos han seguido un camino lleno de modificaciones en las que la herencia que ha recogido, llámese constructivismo, abstracción postpictórica o movimiento óptico, le han otorgado siempre un pensamiento significativo por dar un tratamiento igual a la argumentación y a su oposición. Por ello en muchas de sus etapas sus pinturas están cargadas de emoción puesto que una línea o una estructura condiciona a la siguiente y se ve determinada, a la par, por las anteriores; una emoción que con el tiempo ha ido desprendiéndose de lo fortuito para abrirse a sistemas más rigurosos donde nunca le ha faltado la libertad de expresar, o mejor, de plasmar las formas en el espacio.
Emilio Gañán plantea a lo largo de su carrera todo un alegato pictórico, incluso en la manera de abordar sus esculturas, regido por la disciplina artística y ésta, a su vez, por la simplicidad más absoluta que hace de sus obras algo inagotable. Una línea o una variación sutil del color hacen que se desencadenen ritmos que parece fruto del azar, pero que persiguen una razón pictórica, la suya. Un fundamento alejado de excesivas conjeturas teóricas, en nada próximo a la frialdad que pueda desprenderse del juego de líneas.
Y esas variaciones a la que somete a las obras aportan algunas soluciones a este tema, puesto que son un método de conocimiento, una exploración sistematizada de las formas, de los materiales y de las relaciones con el espacio. Estas variaciones están estrechamente relacionadas con las líneas direccionales y con la composición de las fuerzas y su relación con la estructura del cuadro o de la escultura. Entra de lleno, pues, en las denominadas heterotopías. Esto es, en emplazamientos efectivos, en estructuras que se dan por sí solas y formas que se interrelacionan y hacen que estas relaciones constitutivas varíen, cambien y se contradigan dentro de una misma obra para que se abra al infinito. Un resumen de toda su trayectoria que, por otra parte, inaugura nuevos horizontes en sus creaciones.
[1] HONTORIA, J., «silencio!!!», en silencio!!! Emilio Gañán, Universidad Pública de Navarra, Pamplona, 2006, p. 8.
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