HILARIO BRAVO O LA CONCIENCIA ILUSTRADA DE ESTE SIGLO


 

En 1986 Hilario Bravo hacía una reflexión en uno de sus textos, Exuberancia de la simplicidad, donde apuntaba ya las claves de lo que su pintura iba a ser: «la reflexión cruda», delineada con un trazo versátil, misterioso y contundente. Y era necesaria desplegarla en imágenes sobre una tela, sobre un espacio. El pensamiento, esa idea latente debía después horadarnos la piel[1] y lanzarnos a tomar una serie de actitudes frente a la existencia; unas actitudes no exentas de tintes mágicos y religiosos[2]


Y una vez plasmada la idea sugerida, Hilario Bravo siempre ha reclamado silencio para la reflexión. Sus creaciones, en este sentido, basada en el conocimiento y en la introspección, cada vez se han ido alejando más de lo inmediato. Han pretendido, a través de su buen oficio, de sus siluetas y de su concienzuda labor, hacernos comprender todo aquello que los libros jamás han cifrado. Acercarnos a aquello que sólo puede aprenderse con la propia reflexión, abocándonos a lo sustancial.

Hoy sigue aferrándose a esa posibilidad de defender el concepto que el hombre ha tenido durante siglos sobre la Naturaleza y contra la desmesura de mundo demasiado tecnológico. Su fe se ha basado en creer en algo para hacerlo posible: la razón pictórica, como Hilario Bravo siempre ha mantenido, está basada en sus experiencias y emociones. Sus obras son como una línea frágil que nos conecta con el mundo a través de sus títulos y que, a modo de haikus, van profundizando en sus propios misterios al querer representar eso, lo primordial. 

Su pintura, en este sentido, adquiere visos antropológicos. Lo humano y sus incertidumbres, la realidad en la que está inmerso, sus anhelos y esos sueños - que nos transportan a lo sublime y nos sitúan un poco más allá del umbral de lo racional- conforman el eje sobre el que giran sus acciones. Toda su producción sigue teniendo ese sentido narrativo, como si de un libro se tratara, con las páginas abiertas y donde se suceden las ilustraciones[3]. Su trabajo es un trabajo pensado, no tiene nada de aleatorio, no hay ningún descuido en las composiciones, el color o la mancha están bien estudiados y los signos, a veces objetos reales pegados a la tela o el papel o como instalaciones, tienen como finalidad trasmitir o bien actitudes contemplativas o poéticas o bien plasmar la angustia y el desgarro del hombre contemporáneo[4]


Por ello, él mismo escribía en su Cuaderno de Roma que es necesario toda una vida para aproximarnos de manera tangencial a los misterios[5] que nos envuelven. Enel fondo no es más que una rebelión; una postura que podríamos resumirla en la idea pitagórica de la aritmosofía[6]. Esto es, dota a sus obras de ciertas cualidades que hacen cambiar las formas más elementales en símbolos, en arquetipos que se esparcen por un espacio, cuyos límites sólo los ponen los bordes de los cuadros o el lugar donde se escenifican los relatos.  O mejor aún, sus representaciones no son sino el reflejo de la misma existencia; espejo donde mirarnos o bien con una actitud contemplativa o, quizá mejor poética, o bien sentir la angustia y el desgarro del hombre contemporáneo. Y ahí sigue como conciencia del hombre en su encrucijada en este siglo XXI extremadamente cambiante. 

 




[1] BRAVO, H., «Exuberancia de la simplicidad», en Hilario Bravo. Dibujo, fotografías, collages, Institución Cultural El Brocense, Cáceres, 1986, s. p.

[2] BRAVO, H., «Magia, sensibilidad», en Visiones de un chamán, Biblioteca Pública, Cáceres, 1988, s. p.

[3] FERNÁNDEZ, J. D., «Hilario Bravo: siempre me han preocupado los temas esenciales», Hoy, 11-II-1993.

[4] CERECEDA, M., «Mapa del infierno», en Las cuentas de Caronte, Consejería de Cultura, Badajoz, 2000, pp. 94-99.

[5] BRAVO, H., Cuaderno de Roma, Diputación de Badajoz, Badajoz, 2002, p. 55.

[6] CASTRO GARCÍA, O., «La experiencia cultural de lo sagrado a través de la geometría: de los albores de la humanidad hasta la aritmosofía de Pitágoras», en Pensamiento, Vol. 63, núm. 238, 2007.

 

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