NÁUFRAGOS EN BUSCA DE TIERRA FIRME

 

Tres batallas libra permanentemente el hombre. La religión, la sociedad y la naturaleza han sido y son los campos en los que nuestra condición choca consigo misma para hacernos saber que la razón no es más que el fracaso y que somos meras máquinas destinadas a la supervivencia. Robert Laffont en la edición de la obra Los Trabajadores del Mar de Víctor Hugo así lo exponía hace ya casi treinta años. Estas batallas, también deseos, tienen sus metáforas correspondientes en el templo, la ciudad y el navío. Tres conceptos que siempre han apelado a principios universales para sobreponerse, pero lo cierto es que para sobrevivir han sido necesarias las exclusiones y los resurgimientos. De ahí que hoy Francis Fukuyama hable del fin de la historia, Samuel Huntington del choque de civilizaciones, Michael J. O’Neill de la multitud atronadora, Robert Kaplan de la anarquía que viene, Jean Marie Guéhenno del fin de la democracia, Serge Latouche de la occidentalización del mundo o Alexander Demandt del tiempo final.  En suma, del naufragio. 

 


La nueva aventura de los intelectuales, tras los atentados de Nueva York, Madrid y Londres, ha puesto de manifiesto cómo la articulación de la sociedad se reviste de un falso pluralismo, cómo la desinformación crece a tenor de la creencia de que la mayoría no entiende la evolución de los hechos: la sociedad democrática se pone en tela de juicio mientras un orden social se mueve en la indiferencia más absoluta. Se habla de una nueva idea de lo privado, basándose en las estrategias políticas y empresariales, de la cibernética y las nuevas ideologías, del ecologismo como instrumento que sirve para manipular, de la transcreación y esa delicada y compleja tarea de trasladar el pensamiento, de un humanismo raciovitalista que se enfrenta al elitismo, al nihilismo o al totalitarismo… Se barajan tantas salidas que parece que una vez más nos enfrentamos a un futuro incierto; un futuro ante el que hay que replantearse los límites y los valores: un trabajo, siguiendo la idea de Remo Bodei en La Filosofía del siglo XX, de excavación, de inventario, de desescombro.

 


La posmodernidad, con todos sus desencajes, su borrosidad, su indiferencia, su proyección privada… viene a ser una extraña Caja de Pandora en manos de muchos. Abierta de par en par y jaleada por el mundo informático, el hombre está sólo para admirarla, y esa soledad va pareja, quizá, al naufragio. ¿Será un signo de los tiempos? El raciocinio de la Ilustración ha pasado y la modernidad, defendida hasta sus últimas consecuencias, se quebró en París un mes de mayo. El nuevo mundo se despliega deprisa y nuestras miradas sólo abarcan horizontes difuminados: los amos del universo, dueños de esa caja de truenos, abandonan este barco extraviado llamado Tierra y los náufragos sólo aplauden, como escribía Henri Lefebvre hace más de cincuenta años en Vers le cybernanthrope, contre les technocrates. Basta, por poner un ejemplo dentro del ámbito artístico, los dos polos que conforman este naufragio. De Denis Diderot a Fernando Castro Flórez la Historia ha hecho mella y nos ha dejado huérfanos.Sólo nos queda la posverdad, la mentira emotiva que quiere confundirnos a costa de los que sea necesario.

 


De aquella visión que nos decía «cuando hemos contemplado durante mucho tiempo un paisaje como el que acabamos de esbozar, creemos haberlo visto todo. Nos equivocamos; en él encontramos infinidad de cosas de valor... Nadie conoce como François Boucher el arte de la luz y las sombras», hemos pasado a otra que se expresa en términos casi ilegibles, como «…los radicalismos terminan por confesar su estructura paródica, la abstracción deriva hacia una ornamentalidad autosatisfecha y el conceptualismo revela, en muchos casos, una impotencia ideológica mayúscula... », a no entender prácticamente nada.

 


Por acortar unas fechas entre un pensamiento y otro,entre el terremoto de Lisboa y la entrada del euro como moneda única ¿Qué ha pasado,  en estos doscientos cuarenta y un años, desde el Salón parisino de 1761 a las Escaramuzas de 2002? El naufragio en una sociedad con pocas contemplaciones y donde la Historia se trocea a gusto de cada uno, lo único que arroja como resultado es un balance de cayucos en la línea horizontal del Mediterráneo que, incluso haciendo un esfuerzo, pueden ser virtuales. De nuevo estamos perdidos y confusos al no saber distinguir como el pintor François Boucher la luz de la sombra, y nos sumergimos en un magma donde ornato, complacencia y pensamiento único se entremezclan.Pero, después de tantas tormentas, el marinero sabe que más allá siempre hay tierra firme. Y sabemos que José Ortega y Gasset cuando hablaba del raciovitalismo, nos iluminaba ese intento de compatibilizar la vida con la razón. 


 


 

 

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