TROPOS Y PINTURA. EMILIO HURTADO

 


Si intentamos reflexionar sobre la pintura y el realismo, vemos cómo existe una relación estrecha, constante y homogénea entre la objetividad que se representa y la estética a lo largo de la Historia del Arte. Evidentemente, la forma con la que el hombre ha interpretado su entorno se ha materializado en los distintos estilos que conocemos desde el Renacimiento hasta el Impresionismo, bajo la denominación de Realismos. Y en todo este período el desarrollo del la objetividad para nada ha sido ni lineal ni constante. Emilio Hurtado, así, nos lo intenta explicar con sus cuadros. Y lo hace, siguiendo la idea de Michael Rizzo en su libro The Art Direction Handbook for Film, publicado en 2005, a través del término tropo, mediante una imagen reconocible a la que dota de varias capas que generan una metáfora visual.

 


Para él, la realidad no es sólo una imagen, también es un acto; algo que no puede concebirse fuera de unas circunstancias puesto que este acto no se limita a una producción y lleva consigo una historia, una recepción de esa historia y un proceso. La pintura para Emilio Hurtado es en sí misma un índice. En este sentido, pues, se trata de un hecho real. Por ello la realidad es su objetivo, y se corresponde en los lienzos y las tablas, punto por punto, con esa realidad. Pero pintar es, asimismo y en cierto modo, filosofar puesto que el acto de trazar figuras en esas superficies es un gesto de ver, es la traducción estética de los fenómenos que nos rodean.

 


De hecho, nos propone, partiendo de lo que pensadores antiguos llamaron theoria, plasmar en sus obras la noción de idea o aquello que se desprende de un gesto: nos demuestra que pintar es algo más que comunicarse con los demás. Es contemplar algo, fijar su visión y formalizarla. Y esto es lo que se ha perseguido desde la Antigüedad y ha variado a lo largo de los tiempos hasta la actualidad. Así, a través del color, de los fragmentos abstractos que se entrevén en sus óleos, a través de la simplificación de algunos objetos y, sobre todo, a través de la proyección del espacio, Emilio Hurtado da un paso más en lo que podría denominarse una nueva «vuelta al orden». Una vuelta a aquella pintura pintura que deja atrás el arte conceptual de los años sesenta y setenta, a los expresionismos de la década de los ochenta y a la fragmentación que se desencadenó en el entre siglos que hemos vivido.

 


Pero ¿cómo entiende Emilio Hurtado lo estético? Sus cuadros parecen ante todo un simulacro; una «maniobra» en el que las imágenes proyectan otras imágenes. Es como si lo que vemos no es más que la epidermis. Pero donde verdaderamente reside todo el sentido de sus creaciones es en lo que ocultan las apariencias con las que las reviste.

 


      Esta doble visibilidad de la realidad, por llamarla de algún modo, trabajada minuciosamente, no agotada todavía, se despliega en diversos temas. En los bodegones, nos topamos con espacios muy personales, algunos de ellos con el eco de la cultura pop, con claras referencias infantiles y juveniles, que nos ubica un tiempo concreto a caballo entre los años sesenta y setenta. El ejemplo de la cola Firmus, la goma de borrar o el soldado de plástico, los fósforos o las chapas corroboran esa doble mirada que nos propone. O las nuevas «vanitas» con elementos efímeros que forman parte de nuestras memorias, y donde un detergente nos balquea eternamente. O el paisaje tratado como objeto y no como sujeto. O del cuadro dentro del cuadro y donde recurre a las ideas dadaístas de los años sesenta. O esos retratos femeninos que relacionan la corporalidad, la sexualidad y los cánones de belleza desde una mirada actual y ponen, a la vez, de manifiesto la new technology of sexiness defendida por Hilary Radner al finalizar el pasado siglo, cuando analizaba cómo se construye lo atractivo y lo deseable por encima del conocimiento sexual. 

 


        Con estos apartados, simplemente esbozados, y muy relacionados con la filosofía en una segunda lectura, se nos muestra un modo de ver una época con sus correlativas normas de representación y un realismo que podemos tachar de relativo; relativo porque que cada cuadro tiene una doble percepción. La primera, con la realidad externa, donde los objetos son iguales, tanto los observados como los representados.  Y la segunda, con su realidad interna al recurrir a lo evocado y lo deseado con la finalidad de unirlos a nuestros imaginarios. La suma de las dos realidades es el resultado de la pintura de Emilio Hurtado.

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Comentarios

Entradas populares de este blog