LUIS COSTILLO VERSUS MALCOLM LOWRY Y SUS JARDINES

(in memoriam)

 

[…] ¿qué belleza puede compararse

a la de una cantina en las primeras horas de la mañana?

MALCOLM LOWRY, Bajo el volcán,1947.

 

Autorretrato, Fundación Luis Costillo.                                                              MALCOLM LOWRY  , Collage Francisca Pageo.

 

Luis Costillo con sus jardines, fuera del alcance de cualquier retórica, de esa retórica de la que Jorge Semprún trataba de huir La escritura o la vida[1], y con ese mismo propósito que tuvo Juan Goytisolo en Reivindicación del conde don Julián de limpiar la cizaña de este mundo tan inverosímil al que llaman arte (aunque ya pocos se lo crean)[2], nos propone una peculiar reflexión en torno a lo que supuso la modernidad desde la misma vida. Un ejercicio de reflexión como lo hizo Dante Alighieri con su cosmogonía circular que se mueve sobre el infierno, Herman Melville y el problema de la individualidad y de la soledad[3],  la propia Cábala con su aspiración a la luz en medio de este gran abismo, o como Malcolm Lowry, sobre todo, al condensar 12 meses en un solo día, en ese día, paradójicamente, floral de los muertos en Méjico.

 

A partir de aquí, la forma de los símbolos nos proporciona toda esa profundidad vertiginosa de la que todavía goza, por fortuna, la obra de Luis Costillo. Como señalaba el periodista e historiador Emmanuel Berl en 1982, en su Présence des morts, el verdadero tema - que une a todos estos personajes citados- es esa condición humana que llevamos de manera grácil o arrastramos como una condena o como una cadena y que también expresó Luis Costillo en sus obras.

 

No cabe duda de que esta visión está relacionada con esas pinceladas que Jorge Semprún nos da del escritor británico Malcolm Lowry cuando  nos alerta, como si de una lección moral  se tratara, que comprender a un artista no debe tomarse en serio, y lo que sí debe tomarse en serio es el propio arte; palabras certeras y acertadas sobre la literatura (ampliadas al arte en general) y el lenguaje; palabras de las que deberíamos aprender para no falsear sistemáticamente la realidad; palabras que debieran grabarse en el corazón de algunos filósofos del arte, quienes deberían irrumpir con fuerza en esta galería de vanidades que nos atenaza; palabras que nos dejan parados cuando ya poco se espera del mundo artístico que se defiende amparándose cada vez más en la moda.


Luis Costillo,Jardín, III, 2002

Sólo partiendo de este razonamiento podremos comprender en todas sus dimensiones al escritor británico y al artista «pacense». Pero aún más, para afrontar la obra de Malcolm Lowry y la del propio Luis Costillo hay que tener, quizá, presente esos grandes conceptos que el antropólogo Marc Augé ha descrito magistralmente en Las formas del olvido, como son la amnesia y la memoria, los de la indiferencia y la obsesión o los de la vida y la muerte. Ideas que encierran la mente y reducen el pensamiento. Vocablos que tiene dos extremos que ambos expresan, sin que quepa duda, a través metáforas: el recurso de las verjas adornadas con flores artificiales, o esos jardines de plástico -que tanto gustaron a Luis Costillo- nos adentran en un horizonte sin referencias (repleto de alcoholismo, de amores imposibles, de paisajes bíblicos con jardines edénicos, de infiernos personales, de consciencia y de desarreglos que sólo parecen tener un final dramático). Son huellas casi desdibujadas de algo que fue, vestigios que pueden narrarse para que cada símbolo utilizado haga legible la realidad. Y, todo ello, sin que ambos viajen al fondo de cualquier personaje, únicamente les sirven los conceptos. Como bien señalaba José Ángel Torres sólo hay «fantasmas de lo que alguna vez pudo haber sido un jardín y quedó en áspero simulacro de flores plastificadas. Los jardines de Luis Costillo no son sino la devastación interior…  [donde se respira un] sentimiento de profunda soledad y desolación» [4].


  Luis Costillo,Jardín, V, 2003

 

Toda una lección de vida, de cordura (o de embriaguez, no lo sé muy bien) de aquello que no lo parece. Un discurso excéntrico e irónico, con una gran dosis de teatralidad. Una referencia para saber que en estos iconos contraculturales existe todavía una responsabilidad moral y testimonial en el arte de este milenio. Los dos pretenden no sólo sentirse vivos, libres, imaginativos y permeables al desbordamiento de la imaginación, sino también quieren que sus aportaciones sean inquietantes recurriendo a temas muy poco ortodoxos y alejados de aquello que el mercado reclama.

 


 

         Luis Costillo, Las tres bolas negras, 1997,  serie Los Papeles de la Calle Soledad.

 

Los jardines de Luis Costillo, pues, no son más que una representación peculiar de la naturaleza que, sin duda, nos transporta más allá de la historia o la cultura y nos arrastra, quizá, a la indiferencia y decadencia[5], poniendo de manifiesto nuestra incapacidad para enfrentarnos a ello. Sus jardines, en definitiva, sortean el reduccionismo que se nos impone y al que nos hemos acostumbrado. Van más allá de los jardines como noción, son «terrenos abonados para que puedan ser cultivados por la imaginación de cada uno de los espectadores»[6]; espacios creados desde la Antigüedad para olvidar la realidad circundante, para ilusionarnos con anhelos y deseos. Los jardines de Luis Costillo, junto a la calle Humboldt de Cuernavaca (calle Nicaragua en la novela de Malcolm Lowry), nos hacen descender a lugares posibles, aunque lo que veamos sea algo muy distinto; aunque veamos jardines con «flores infames», jardines que se han «trasmutado en corral», que no son más que «recordatorios de la catástrofe presente», de un naufragio, de un «cataclismo», de un «desastre»[7]. Un naufragio de toda una sociedad donde la Historia se trocea a gusto de cada uno. Y, así, como apunté hace tiempo en «De náufragos y naufragios», en 2009, nos encontramos perdidos y confusos y, como le ocurría al pintor François Boucher, ya no sabemos distinguir la luz de la sombra.

 

Luis Costillo,Jardines del Edén I y II,, 2003

           

 

 


Miguel Calderón Paredes, Retrato de  Luis Costillo,



[1] SEMPRÚN, J., La escritura o la vida, Tusquets Editores, Barcelona, 1995.

[2] LOWRY, M., El volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets Editores, Barcelona, 1984, ver el prólogo de Jorge Semprún.

[3] MELVILLE, H., Barttleby, el escribiente, Alianza, Madrid, 2000, ver prólogo de J.L. Borges.

[4] TORRES SALGUERO, J. A., «La barranca y los jardines, el mezcal y los delirios», en Jardines. Luis Costillo, Fondo Editorial, Badajoz, 2002, p. 20.

[5] Como señala el filósofo francés GLUCKSMANN, A. al escribir sobre «El jardín de los cerezos» de Chejov, en Dostoievski en Manhattan, Taurus, Madrid, 2002, pp. 233-240.

[6] LÉPICOUCHÉ, M. H, «Paradeisos» en Jardines. Luis Costillo, opus cit., pp. 16-17.

[7] DOMÍNGUEZ VINAGRE, A., «Malcolm Lowry, Luis castillo y Juan Rulfo: una dialéctica de la autodestrucción humana», en Jardines. Luis Costillo, opus cit., pp. 11-14.

 

 


Comentarios

  1. Un retrato perfecto de la obra del amigo LUIS. Mi enhorabuena por tu texto, y una buena manera de homenajear la memoria de COSTILLO.

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