EVOCANDO UN VALLE: EL AMBROZ. 

DE PUERTO DE BÉJAR A GALISTEO

«(…) E / por quanto el dicho lugar cumple mucho a nuestro seruiçio ser bien / poblado por que estan en guarda de los que van y vienen a esta / çibdad por el camino de la plata (…)».


Primer manuscrito que conocemos y segundo documento en la Historia en donde aparece «Camino de la Plata». Texto de 1408, copia otro de 1370

 

 

    Olvidada la función de la Vía dela Plata y conservando el esqueleto de lo que fue su cuerpo de ciudades, mansiones, torres de control, puentes, calzadas secundarias o miliarios, estas calzadas aportan hoy, en el siglo XXI, la posibilidad de experimentar sensaciones ligadas a tiempos y espacios imposibles de disfrutar con los medios de comunicación actuales. En tan largo trayecto (más de doscientos kilómetros de calzada en Extremadura), el viajero caminante encontrará las pautas de Occidente, con sus variados testimonios arqueológicos, históricos, artísticos o etnográficos bajo el telón de fondo de múltiples escenarios urbanos y paisajísticos.

                                                                            La romanización en Extremadura

         La Vía XXIV penetra en Extremadura por el puerto de Béjar, flanqueada en su pronunciada pendiente por linderos de piedra y zarzales silvestres. Puerto de Béjar, lugar por donde Aníbal pasara con sus ejércitos a la conquista de Salamanca. Desde este punto, otero singular, se divisa el praderío del Ambroz tachonado por encinas, todo él encajonado entre las crestas desnudas de la Transierra y el ondulado verdor pinariego de las Hurdes.  Una de las fosas transversales de la sierra de Gredos que ha servido de tránsito, de paso natural, conformando un espacio histórico que siempre se ha vinculado al camino. Pero, antes de llegar a  los primeros llanos extremeños, al sur de Plasencia, nos reclama  un alto, Baños de Montemayor. Pueblo del mimbre y las cuestas, antigua estación termal romana que rememora, como un monumento al pasado siglo, los estiajes de la flor y nata de la sociedad extremeña decimonónica en su balneario, trashumante como lo fue la propia calzada, donde se cruzan las cañadas de la Soriana Occidental y la Vizana (no en vano gran parte de la vía romana se funde, en el Medievo, con la Cañada Real ) y plaza importante para las rivalidades eclesiásticas durante el siglo XVI, como lo demuestra su Iglesia de Santa María.

                                                                Tramo de la calzada en el Ambroz


                                                                                    Cañada Soriana. Abadía.        

         Y de Baños, asaltados por el estrépito de gargantas y arroyadas, fértiles en caudales de deshielo camuflados entre la floresta, nos topamos con otro pueblo suspendido en la Sierra : Hervás. Su afamada judería muestra la virtud añeja de los alarifes en la arquitectura de entramado. En la tupida red de callejas quebradizas, en una trama irregular, únicamente rota por breves plazoletas, destaca la Iglesia de Santa María, ubicada en lo que parece una pequeña fortaleza; el palacio de los Dávila, custodia de piedra para el Museo del escultor de la Hispanidad: Enrique Pérez Comendador Leroux.


                                    
Hervás (https://arqueogestion.com/2018/02/15/rutas-historico-artisticas-la-presencia-sefardita-en-extremadura-ruta-de-las-juderias-red-de-juderias-de-espana-caminos-de-sefarad/)

         Aferradas a las laderas de Tras la Sierra, las poblaciones de Segura de Toro, con su torreón vigilante;  Casas del Monte, con su villae y enterramiento del siglo V en La Granjuela y Jarilla, con su ninfeo casi intacto  en el lugar llamado Piedraslabradas, tachonan los bosques con su blancura que eso, y no otra cosa, es lo que se admira desde el valle.

                                                                                        Ninfeo de la Jarilla

         El Ambroz, río angosto y caudaloso, da nombre a estas vegas, inundadas parcialmente por el pantano de Gabriel y Galán, en cuyas orillas se ahogan los verdes que, aquí, de forma continua estallan ante las retinas del caminante. Dehesas, huertas y pinares, sólo rotos por las insolentes emergencias del granito o por la obra del hombre. Aunque la obra del hombre, en ocasiones, desea fundirse especialmente con ese paisaje tan lleno de privilegios. No otra cosa buscó Fernando II, rey leonés que hizo de Granadilla La pequeña Granada, un bastión camuflado entre los bosques, fortaleza vigía del camino a Coria, dotada de cerca y alcazaba presenta intacta su configuración urbana, que responde a un planteamiento defensivo.

 

 

            

                                                                                 Granadilla

         El Palacio de Sotohermoso que, en Abadía, tuvo la Casa de Alba, supone un ejemplo claro de lo que era un jardín renacentista diseñado para ser, en sí mismo, arquitectura, pasando de ser un enclave musulmán a Monasterium María Saltuformoso y, posteriormente del huerto cerrado medieval a concepto abierto de jardín renacentista. Finalmente, el cercano Convento de la Bien Parada, una víctima más de la desamortización, asiste, herrumbroso, a la irrefrenable victoria de las higueras silvestres, el acebo y los zarzales sobre el esplendor del barroco. 

                                       Abadía y Jardines de Sotofermoso

 

                                                                            Convento de la La Bien Parada

         Continuamos en el Camino, cruzando Aldeanueva, con dos parroquias, al igual que Baños divida en dos diócesis hasta hace poco por eso de los reinos de León y Castilla,  para descubrir las ruinas del municipio romano de Cáparra. Varada en un mar de olivares se encuentra la descarnada estructura del arco tetrápilo, único elemento vertical que resta de una floreciente ciudad del camino, llena toda ella de ventas y posadas –que alguna de ellas queda usada hoy como casa de campo-.  A la sombra del arco afloran las horizontales ruinas del foro, un anfiteatro, los pórticos... sombra de lo que fuera la punta de lanza de Roma en este apartado rincón de la Lusitania.

 


                                                            Ciudad romana de Cáparra

         Pero no sólo hay caminos de llano en este valle. Villar de Plasencia, lugar de descanso durante la señorialización de estas tierras, es hoy punto de arranque de la calzada trazada por encargo de un obispo ilustrado, Gonzalo Lasso. Lleva este camino por tortuosos berrocales hasta el altozano donde se ubica el Santuario de la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia. Sin embargo, a la salida del Villar, por la ermita de San Bartolomé, nos dirigimos a Oliva de Plasencia, pueblo en el que se puede disfrutar de la transición de la arquitectura popular de montaña al llano.

                                                                        Camino Real de Villar de Plasencia

         Plasencia, antigua Ambracia, disputada por leones y castellanos, puerta de los Valles, fue novedosa fundación castellana en el complejo y dilatado proceso de su conquista. Aquí vinieron para repoblar baldíos, con privilegios, gentes de la Mesta. Y aquí se erigió, arropada por murallas, la mayor de las catedrales extremeñas. La Seo placentina, como la de Salamanca, estratifica en dos edificios diferentes la evolución de estilos, desde el tardorrománico, con sus defensas lombardas en las crestas,  hasta lo mejor del Renacimiento español. En su construcción y adorno se contó con los primeros maestros de traza y gubia: Enrique Egas, Francisco de Colonia, Juan de Alava, Covarrubias, Pedro de Ybarra, Rodrigo Gil de Hontañón, Gregorio Fernández, Rodrigo alemán... No le va a la zaga el entorno conventual y palaciego, testimonio arquitectónico del poder retenido por Zúñigas, Carvajales, Pimentales, Almaraces... que nos hablan de tierras de abolengo y después de señorío, del poder civil y del eclesiástico, humanismo y tolerancia, de economía floreciente y de una incipiente burguesía emprendedora.

                                                   Plasencia

         Pero no perdamos de vista nuestra senda, y continuemos por la calzada romana a través de los aledaños de un nuevo valle, el del Alagón. Discurrimos por tierras de embalses (Extremadura toda lo es aunque se está convirtiéndose, desgraciadamente, un mar de placas), y  la calzada, definida a tramos como una loma, se sume y camufla, tímida quizá ante el paso de las nuevas gentes, entre el forraje y los maizales.

                                                    Los nuevos paisajes de Extremadura
 

         Sin embargo, es necesario desviarse unos metros y visitar, de forma breve, los pueblos de esta comarca. Con ellos fue el camino generoso, porque buena parte de sus tapias se alzaron con materiales de la calzada. Basten como ejemplo los miliarios de Carcaboso, aquí y allá, sea embutidos en los pies derechos de una iglesia o como cierre de un humilde patio. Lo cierto es que estos postes graníticos, recordatorio en su origen de emperadores y distancias, duermen hoy su último sueño lejos de los arcenes, señalizando viajes a ninguna parte. Y llegamos a Galisteo salvando el río Jerte a través del puente renacentista de los Manrique, buen introductor para el empacho de historia que nos aguarda. El conjunto histórico de Galisteo se nos presenta embutido, casi fagocitado por unas recias murallas almohades de cantos rodados. Con su verticalidad cristiana ya ascética sólo destaca una sólida torre del homenaje, sobre las defensas sarracenas, bastardeada por la Picota, que no es sino el chapitel de un campanario, que para eso quedó la torre cuando la artillería la hizo inútil para la guerra. No se agota aquí la visita a esta villa, porque entre adarves y recovecos, encontramos la iglesia parroquial que luce aún en su testero un ábside mudéjar, todo él de ladrillo (en algún momento de su historia encalado, como debe ser) y los restos del gran palacio de traza clásica que se extiende al lado de la torre.

 


                                                Galisteo

    

 

 

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