IN ITER

(PERIPLO)

 

 El estilo no realista, basado en las llamadas apariencias, se centran en el estudio de las texturas, los matices, los ritmos, la proporción, los colores y su armonización en el espacio pictórico, constituye la esencia de la obra de Juan Carlos Aguilar.  Su pintura se sitúa en el límite de la abstracción por hacer uso ese difícil equilibrio entre visibilidad, enigma y manchas espaciadas en los lienzos de forma aleatoria o meditada. Pensemos que en toda su producción existe - basta fijarse en los títulos- una referencia constante al entorno, a la realidad que quiere representar y, a la vez, abstraerla cuando la reduce y la reestructura. Eso sí, con un respeto casi sagrado por la noción de «lugar».

 

 



 

 Esta constante remisión a una realidad ya sea atmosférica, estacional, líquida o urbana, se sostiene y le da carácter merced a las variaciones de gamas, a los contrastes de planos y a un estudio minucioso de la luz. Juan Carlos Aguilar entra de lleno en los problemas que el espacio pictórico plantea. Y con ello continúa el camino emprendido con Lucis et Umbrae, madurando su postura y haciendo del cuadro un argumento con una solución técnica. Incide en la idea del arte como proceso; idea que viene sosteniendo desde sus inicios en la pintura y reanudado en In iter. En esta ocasión no renuncia, como ha hecho en otras ocasiones, a la noción de centro con única la intención de construir una historia con argumentos llevándonos de los paisajes a los antipaisajes.

 

 


 

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