Paisajes y patrimonio cultural en Extremadura
Campiña Sur
El paisaje se ha vuelto, a todas luces, dinámico al concurrir en él diversos códigos que nos hablan de pasado, del presente y del futuro, aunando la conciencia identificativa y la identificación territorial, siendo el fiel reflejo de un país y de una época, la posmoderna, que concibe el entorno como una «metáfora y como un sistema de signos y de símbolos»[1] y, a la vez, un motivo importante de reflexión. Sin embargo, nos enfrentamos a un serio dilema a la hora de analizar nuestros paisajes, una disyuntiva entre el deterioro al que están sometidos por la acción del hombre y el abandono progresivo al que están sujetos crisis tras crisis y su valor patrimonial que parece estar avocado, en algunos casos, a ser residual. Ante ello debe reaccionarse mediante políticas de conservación que prevean los valores históricos, artísticos y ambientales, como si se tratara de un bien al uso. Pero, evidentemente, no lo es y no existen garantías para dicha preservación. Es, utilizando una expresión popular, harto difícil poner puertas al campo. Sin embargo, sí está en nuestra mano aplicar metodologías de trabajo que documenten, cartografíen y divulguen aquellos valores que otorgan una identidad al territorio.
Ciudad romana de Regina
Estamos hablando de una catalogación que pondrá de manifiesto el deterioro causado por los agentes naturales y humanos, muy común a este patrimonio, y aportará la información adecuada para los análisis estructurales pertinentes. También se determinarán y se desenmascararán los tipos de patologías más comunes a estos bienes mixtos. Es lógico que cada paisaje venga definido por su homogeneidad o por una unidad contigua. Una peculiaridad que viene marcada por la articulación de un territorio tan vasto como el extremeño, tejido y condicionado por un marco geográfico y por el discurrir histórico. Es el resultado de todas las dinámicas que se han dado a lo largo del tiempo; unas actividades que se desglosan en «cortes» que, a la par, configuran nuevos paisajes que se sobreponen a los viejos, a sus usos antiguos y a sus obsoletas organizaciones.
En este sentido, hemos de apuntar cómo, recientemente, al patrimonio material e inmaterial, artístico o documental, histórico o contemporáneo, culto o vernáculo... se ha sumado el patrimonio natural con el fin de ofrecernos una mirada completa de la ordenación territorial. El paisaje ha adquirido una dimensión cultural al entenderse como una manera de actuar de la sociedad sobre el territorio, expresando, incluso, la identidad de esa sociedad. Como señala Michel Colott al apostar por el paisaje y considerarlo como un cruce de elementos que hoy sirven como referencia clara para ordenar un territorio. Entre el paisaje y su ordenación existen, pues, una serie de relaciones conceptuales que deben seguirse desarrollando. Ahora bien, estos espacios con un alto valor patrimonial han de orientarse de manera adecuada para no perder la calidad que tienen al sustituir una idea por otra, al «borrar» el poso histórico en pos de una falsa modernidad.
Ciudad romana de Cáparra
España siendo un país diverso, desgraciadamente, no ha dedicado ni el tiempo ni los recursos suficientes para poner en marcha políticas territoriales hasta muy avanzada la etapa democrática. Se ha invertido poco en un ámbito que, a todas luces, la sociedad cada vez reclama más. En Extremadura, sin embargo, el proyecto sobre la Vía de la Plata sí nos abrió algunas perspectivas hasta ese momento desconocidas en este campo. El trazar un eje vertical que recorre la región de norte a sur ha determinado la aparición de estrategias concretas sobre un testimonio insoslayable y permanente, como es el paisaje, y ha dado paso a otros corredores para que la relación paisaje-territorio tenga su propia carta de naturaleza; una identidad que en nuestro caso ha de ligarse indudablemente al extraordinario acervo patrimonial que recorre estos parajes del sureste extremeño, como también lo hace en los cursos de los ríos Tajo y Guadiana, en la franja fronteriza con Portugal o en el norte de la Comunidad, entre las estribaciones de Gredos, Las Hurdes y la Sierra de Gata. No ha de olvidarse, empero, que ordenar el territorio es sinónimo de defender una política de bienestar y desarrollo duradero. Una actuación que preserve y realce todos y cada uno de los paisajes sobre los que se pretende revalorizar: la Convención Europea del Paisaje, en este sentido, aconseja no disociar la realidad con las actividades para que de verdad exista una clara incidencia en la población: «…el paisaje desempeña un papel importante de interés general en los campos cultural, ecológico, medioambiental y social, y que constituye un recurso favorable para la actividad económica y que su protección, gestión y ordenación pueden contribuir a la creación de empleo…»[2]. Una cuestión esta que parece olvidada en Extremadura al alicatarla con placas solares a proteger demasiadas zonas.
Logrosán
Para encuadrar el patrimonio en el medio rural es necesario hablar hoy de paisajes; pero de unos paisajes culturales. Esto es, de territorios o espacios que constituyan un conjunto patrimonial, diverso, complementario e integrado por elementos diacrónicos que representen la evolución histórica, supongan un bien colectivo, tenga valores ambientales y paisajísticos y no estén demasiado alterados los elementos constitutivos de la zona. Pueden tildarse de paisajes rurales, de exponentes de un uso adecuado de la tierra, donde el conocimiento y las prácticas agrarias han sido vitales para sostener una biodiversidad y aquilatar una gran diversidad cultural. Ello implica el que se haya abordado, aunque muchas veces sin éxito, la conservación de esos espacios con perspectivas renovadas, con una utilización social que garantice de algún modo una sostenibilidad adecuada que demuestre a la comunidad su capacidad de transformación (desarrollo local – espacios agrointensivos, espacios turísticos, espacios no distales…-) y su interés por corregir los deterioros paisajísticos (negligencias, permisividad, impunidad, acumulaciones, poca información, políticas agresivas…).
La Vera desde la Reserva de la Biosfera de Monfrague
Y en este punto hemos de valorar, como factor primordial, la implicación de los ciudadanos en su patrimonio histórico y natural, así como reconocer la importancia de la gestión institucional sobre este acervo cultural y lo que ello supone para la ordenación del territorio. Por este motivo es importante ver hasta qué punto el paisaje o un edificio concreto se inscribe en un marco territorial con contenidos patrimoniales, o si existe o no un proyecto integral para el territorio (implicando a todos los elementos materiales e inmateriales, como los edificios, los cascos urbanos y el medio físico dentro de la acción del hombre o las tradiciones). En esta liza, la ordenación del territorio y la prevención o realce de los paisajes culturales en Extremadura deben ser una buena práctica al servicio de una convivencia justa, un bienestar palpable y un desarrollo viable: el territorio como factor de identidad, de calidad ambiental, de ordenación local (uso de suelos, planeamiento urbano…) y como recurso económico de primer orden. Y no hemos de olvidar, por supuesto, los temas concernientes a la biodiversidad, que aportan una gran riqueza de matices, atajan problemas ambientales que le afectan y son vitales para la convivencia de especies y ecosistemas.
Campiña Sur
Ordenar y componer, pues, han sido los objetivos de todos los hombres que han pasado por estas tierras. Eso sí, entendiendo el territorio como una sucesión de momentos a través del espacio y del tiempo, desde la Antigüedad al siglo XXI. Y proteger y gestionar deberían ser los ejes que marcan la ruta, preservando la «naturalidad» de toda la zona, los atributos patrimoniales y los significados históricos y simbólicos, con el único objetivo de dar a los ciudadanos un paisaje de calidad donde se tengan presente los impactos paisajísticos, la accesibilidad y la visibilidad. Cuestiones casi todas ellas de las que se prescinde hoy y para comprobarlo sólo hay que darse una vuelta por Extremadura.
[1] NOGUÉ I FONT, J. (ed.), El paisaje en la cultura contemporánea, Madrid, Biblioteca Nueva, 2008, pp. 9 y ss.
[2] Convenio Europeo del Paisaje, Florencia, 20-IX- 2000.
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