Crisis de una ciudad: Plasencia en los siglos XVII y XVIII.

 


Como para el resto de la región extremeña y del reino, el siglo XVII estuvo marcado por el comienzo de una época de decadencia económica que se tradujo para Plasencia en pequeñas intervenciones en edificios ya existentes. Fue un siglo distinguido por la emigración a América, las crisis de subsistencia que se sucedieron, el número creciente de malas cosechas, los bajos rendimientos, las secuelas de la Guerra con Portugal, entre 1640 y 1668, y las pérdidas económica y poblacional debido a las cargas que tuvo que soportar el Concejo y la  ausencia de modificaciones técnicas. Este cúmulo de circunstancias determinó una elevada mortalidad provocada, a su vez, por la hambruna, los daños colaterales que produjo la peste de 1599[1] ,  la rapiña de los bienes eclesiásticos ya desde finales del siglo XVI, al prohibir, en el mandato del obispo Andrés de Noroña, que no se tomasen sus  bienes  para comidas[2] y la expulsión de los moriscos con todas sus consecuencias:

Con la llegada del siglo XVII la situación económica y poblacional cambia de signo de manera importante, iniciándose una etapa crítica… lo que no es más que la expresión de lo que habría de ocurrir en el orbe castellano.[3]

 

La ciudad entró en una «etapa de estancamiento». Si el siglo XVI fue una centuria esplendor, el XVII fue un siglo regido por «la apatía» que tuvo repercusiones en  el paisaje al verse  apenas alterado en lo sustancial por escasear las construcciones nuevas[4]: «Plasencia, llevada por las corrientes de la época, late con el espíritu del siglo. En este tiempo brillan, como las últimas chispas desprendidas de la antorcha de la anterior Centuria», aunque sin abandonar ese «carácter teocrático» que la define, sobre todo por la proliferación de cofradías, procesiones y romerías[5], detalladas por fray Alonso Fernández en el capítulo XL de sus Anales. Y a ello hay que sumar  el que Plasencia  no obtuvo la concesión de estar representada de nuevo en Cortes a partir de 1646. Una época difícil para solventar los problemas estructurales con los que se enfrentó la ciudad en esta centuria. Fue, pues, una etapa de claro receso en su actividad económica y todo lo que ello llevó consigo[6].

 

Esta parálisis se tradujo en una nueva fisonomía urbana en la que se dejaron abandonados los barrios extramuros de Santa Elena y San Juan o, al finalizar el siglo, las parroquias situadas fuera de la muralla, como la de San Miguel o la de Santiago, mermaron su feligresía debido a la emigración americana y causada por las pésimas condiciones pecuniarias, de higiene y salubridad que les ofreció Plasencia a sus moradores.

 


La crisis económica y poblacional se concretó en la ausencia de nuevas construcciones. La actividad arquitectónica  se redujo al Palacio episcopal, las parroquias que se dotaron de ornamentos acorde con la Contrarreforma[7], o al acondicionamientos de las Puertas de Talavera y Trujillo  en la que se construyó encima una capilla, pasándose a conocer como la ermita de la Salud,  y a algunas nuevas fundaciones religiosas, como la del convento de las Carmelitas Descalzas, por cuenta de  María de la Cerda Porcallo, la ermita de Santa Elena, de  Santa Cruz y la primitiva traza del santuario  de la Virgen del Puerto, una advocación relacionada con la leyenda de la aparición de la Virgen a un pastor en la roca conocida como Cancho de las tres cruces. Diego de Arce y Reinoso demolió el anterior santuario de la Virgen de Puerto levantado por el chantre Cristóbal de Lobera, antes de ser obispo, y custodiado por franciscanos en 1521. La gran reforma se hizo a través de limosnas y duró hasta 1720.

 


La arquitectura religiosa de nuevo cuño se vio muy aminorada en este período, sobresaliendo la iglesia de Santa Teresa, en la denominada Dehesa de los Caballos, levantada sobre un antiguo convento de monjas convertido en tejares y olivares de propiedad familiar. El obispo Cristóbal de Lobera, en los diecisiete meses de su mandato, edificó esta iglesia entre 1631 y 1632 a través de una donación inter vivos, con la finalidad de dedicarla a la recién canonizada Santa Teresa, en 1622,  en su afán de declarar a la santa abulense copatrona de España, y cuya imagen talló Gregorio Fernández para el retablo mayor de la Catedral de manera casi coetánea, entre 1625 y 1630, justo tres años después de ser canonizada y siendo la primera representación iconográfica de la carmelita abulense en el arte. El mismo obispo, en 1625, mandó hacer una capilla  con la imagen de la santa en la iglesia de Santo Domingo. Tenía una sólida construcción y era simple y sobria por dentro. Allí fue posteriormente enterrado el prelado, al igual que buena parte del clero de la Catedral.  La cerca que rodeaba al edificio fue derribada en 1882 al convertirse parte del terreno en cementerio municipal.

 


Unos años antes, en 1623, terminaron las obras de la ermita de Santa Elena, ubicada en la confluencia de las salidas principales de la ciudad. Esto es, en el cruce de los caminos del Valle y la Vera o lo que es lo mismo, el de Castilla y el de Toledo. Fue costeada por las limosnas de Antonio Ramos, Lucas Carvajal y Francisco de Artiaga y reedificada en 1715. Y, finalmente, el convento carmelita en la plazuela de El Salvador se erigió en 1628 en la casa y el solar de María de la Cerda Porcallo, a petición de Santa Teresa para la fundación del convento; un inmueble que reorganizó el entramado de toda la plazuela, abriéndose hacia el noreste hacia el portón de San Antón y al oeste al postigo de El Salvador.

 

Sí cabe destacar que en 1624 hubo una recopilaron las Ordenanzas Municipales que se ocuparon no solo de las rentas, la carne, «el pescado remojado», las dehesas, los montes y pinares, el mercado franco, las ferias o «las mujeres púbicas», sino también atendieron a  la mejora del casco urbano,    a enrollar las calles,  prohibir balcones con grandes voladizos, a los problemas causados por la basura,  los fuegos de la ciudad y a impedir la libre circulación de ganados por las vías, especialmente el porcuno. 

 


Pero, quizá, fue la arquitectura civil donde se dieron los mejores alardes constructivos del siglo XVII.  Destaca, en el ámbito de los edificios administrativos y de utilidad pública, la construcción entre 1627 y 1657 de la cárcel pública, junto al Ayuntamiento, en la calle del Rey, donde a lo largo de los siglos XV y XVI hubo unas casas dedicadas a la custodia y castigo de los presos. La obra fue costeada por la ciudad y su tierra quedando actualmente solo la fachada y el escudo real de Felipe IV.  Otros de los edificios más destacados es la Casa del Deán, residencia de los Paniagua Loaisa, realizada a mediados del siglo XVII con una sillería muy bien escuadrada, un alero bastante volado y balcón de esquina rematado por su escudo familiar; una tipología que solo se da en Extremadura y en Hispanoamérica al trasvasar el modelo el cantero trujillano Francisco Becerra[8].

 

Un hecho destacable para la ciudad se dio en 1627 con la impresión en Madrid, a costa de los placentinos y de su Catedral, del libro de la Historia y anales de la ciudad y Obispado de Plasencia, escrito en Valladolid por el historiador fray Alonso Fernández, Predicador General de la Orden de Predicadores. Una obra capital para entender el desarrollo de la ciudad hasta 1626. Para situar, según Domingo Sánchez Loro en el proemio escrito en la reimpresión en 1952, en el acontecer histórico a la ciudad, informar de su existencia e integrarnos en un destino trascendental.



Con la entrada del siglo XVIII las crisis de la centuria anterior, lejos de paliarse, se convirtió en un fenómeno estructural que condicionó el futuro de la ciudad y su espacio geográfico.  Con un territorio asolado por las sucesivas fases de crisis de subsistencia, los acontecimientos bélicos de la Guerra de Sucesión entre 1702 y 1714, y sin que Plasencia pudiera servir de polo de atracción y desarrollo, habida cuenta de los problemas que arrastraban desde finales del siglo XVI, se empobreció aún más. Y el absentismo de la nobleza en sus tierras y en la ciudad acentuó este proceso:


Durante el siglo XVIII la ciudad de Plasencia presenta síntomas de cierto estancamiento. Las cifras de población al comenzar la centuria son inferiores a las indicadas por diversos autores el siglo XVI… El crecimiento a lo largo del setecientos fue bastante débil… Plasencia ofrece una estructura socio-profesional con amplia complejidad de funciones como corresponde a un núcleo urbano secundario, centro comarcal y se sede de instituciones civiles y religiosas…[9]

 


De hecho, como apunta Isidoro Fernández Millán, los informes realizados por los Procuradores Síndicos Personeros no hicieron más que denunciar «el lamentable estado de determinados aspectos urbanos (sanidad, artesanía, agricultura) o se sugieren remedios adecuados o reformas necesarias que saquen a la ciudad de la decadencia en que se encuentra». A ello hay que añadir, «la pérdida de una institución dedicada a la enseñanza y de un importante núcleo cultural como demuestra el valor de su biblioteca» con la expulsión de los jesuitas tras como el motín de Esquilache, en marzo de 1767. También hay que hacer constar cómo el reformismo placentino careció «de personajes destacados que con su pensamiento e ideas contribuyeran a formar una base ideológica». Queda como testimonio la figura del  licenciado Antonio Zancudo Barrado, quien «debió ser uno de los principales impulsores de la Sociedad Económica de Amigos del País de Plasencia»; uno de los pocos hechos dentro de los proyectos reformistas, cuyas características no fueron otras que tener «escasas miras, en cierta manera superficiales»[10], debido a las pocas «posibilidades con que la ciudad cuenta para realizar por sí misma cualquier reforma», a la falta de autonomía económica y fiscal y a su debilidad financiara, cuyo estado era lamentable tras la  Guerra de Sucesión:

El municipio placentino realizó un gran esfuerzo económico en favor de las armas borbónicas en aportaciones de efectivos militares, alojamientos periódicos de soldados, contribuciones especiales, etc., que generan una deuda imposible de saldar con los recursos procedentes de sus Propios. Hasta tal punto llega la situación que la Hacienda Real embargará las rentas de la ciudad. Esta situación deficitaria se mantendrá en gran parte del siglo, viéndose obligado el Ayuntamiento, para saldar la deuda, a solicitar de la autoridad real la concesión de licencia para acotar y arrendar alguno de sus baldíos.[11]

 

No obstante, ha de señalarse que a partir de mediados del siglo XVIII se registraron algunas iniciativas privadas que permiten hablar de un cierto crecimiento en altura en los espacios intramuros y la consolidación del Barrio Nuevo tras la muralla. Sin embargo, la situación económica de la ciudad es el reflejo fiel de las carestías del resto del país. La comparación entre las cifras de población desde finales del siglo XVI, cerca de 10.000 habitantes hasta comienzos del siglo XVIII, donde se contabilizan 4.229 habitantes, no dejan lugar a dudas sobre lo que sucedió a lo largo del siglo XVII. Al margen de la expulsión de los moriscos en 1609, los conflictos bélicos hispanoportugueses de los siglos XVII y XVIII se dejaron sentir en la ciudad, especialmente los relacionados con la Guerra de Sucesión con la toma de la ciudad por las tropas del Archiduque Carlos en 1706.



 


Por otra parte, un gobierno municipal totalmente ocupado por una aristocracia poco dada a atender las demandas del comercio placentino con el fin de confirmar los privilegios de franquicia otorgados por los Reyes Católicos o cambiar las ferias a fechas más favorables, no palió los efectos de las crisis. Un ejemplo de ello lo tenemos en  los «intentos de reforma de la industria textil local por varios personajes de la ciudad que, animados por la política borbónica de protección textil por medio de las Manufacturas Reales (una de cuyas factorías se establece en Zarza la Mayor), solicitan en 1750 que se instale en Plasencia una sucursal de la Real Compañía de Comercio y Fábricas de Extremadura dedicada al trabajo de la seda. Basaron su petición en el lugar estratégico en el que estaba situada la ciudad: cerca de las comarcas productoras de seda (la Vera y los valles del Jerte y Alagón) y su abundante agua y combustible. El principal defensor del proyecto fue Blas Rodríguez Caballero»[12]. Este anhelo nunca se vio cumplido. Todo lo contrario sucedió con el anhelo de contar con la milicia en Plasencia al establecerse el Regimiento Provincial número 39 en el cuartel ubicado en la calle de Trujillo, en lo que fue la casa del Marqués de la Puebla; un inmueble que el obispo Laso requirió para ampliar el hospital que erigió para ensanchar el antiguo.

 


Los proyectos reformistas del régimen borbónico en la segunda mitad del siglo XVIII no pasaron en Plasencia, pues, de un estado embrionario y de escasa ambición. Aunque hay que hacer una excepción con la extraordinaria labor del obispo placentino José González Laso, entre 1766 y 1803. Un verdadero mecenas muy preocupado por la cultura de su tiempo, por la conservación del patrimonio, la beneficencia, la mejora de la condición de vida de los placentinos y la labor constructiva. Sin embargo, todo el esfuerzo del obispo quedó, en parte, truncado con la llegada del siglo XIX, con la irrupción de nuevas crisis de mortalidad y la Guerra de la Independencia. Pero, como contribución del obispo al urbanismo de Plasencia están las diferentes actuaciones realizadas con el afán de extender los límites de la ciudad mediante un primer ensanche: el paseo de la Ronda  que fue aplanado y con la piedra de la Barbacana se levantaron los muros de contención,  la calzada que va desde Santa Ana a los Alamitos se construyó con piedra extraída de la fortaleza en 1786 , la reforma y ampliación del Hospital de Santa María, la reforma del Palacio episcopal  en la parte  posterior del edificio, ya dentro del estilo colonial, o las mejoras y transformaciones de determinadas vías públicas con el apoyo económico del prelado fueron algunas de las escasas muestras de renovación que experimentó la ciudad. Además, se ocupó del arreglo de diversos caminos, la reparación de puentes (el acceso al santuario del Puerto, Las Viñas, La Trucha o Fuentis Dueñas) y la reanudación en 1756 de las obras de la Catedral, que finalmente quedaron inconclusas por falta de presupuesto.

 


No debe olvidarse, asimismo y dentro de las pocas iniciativas llevadas a término en este siglo, la colocación de la fuente en la plazoleta de la Cruz Dorada en 1718, la remodelación de la iglesia de El Salvador en 1776, las obras del Seminario Menor y la colocación en la torre del Palacio municipal de la talla en madera de la  figura del Abuelo Mayorga, obra del escultor Francisco de Prado en 1743, el acondicionamiento del acueducto en 1745, la extensión del edificio de la Alhóndiga en 1761, la numeración de  las casas y los rótulos de las calles en 1773, el empedrado de las vías importantes, la configuración del  Barrio Nuevo en el paseo de Ronda  entre la Puerta de Trujillo y la de Coria, las edificaciones de dos pisos ocupadas por actividades relacionadas con la alfarería y las tenerías en la margen del río Jerte o en 1790, la colocación del reloj en la Catedral.

 



[1]              El cronista placentino fray Alonso Fernández en su obra Historia y Anales de la Ciudad y Obispado de Plasencia, opus cit., hace un detallado relato de los efectos de las epidemias y graves enfermedades contagiosas que afectaron a la ciudad y tierra de Plasencia, pp. 495 y ss.

[2]              LÓPEZ SÁNCHEZ-MORA, M., Episcopologio. Los obispos de Plasencia. Sus biografías,  opus cit., p. 43.  

[3]              Memoria candidatura a patrimonio mundial de Plasencia-Monfragüe-Trujillo, A.D.G.P.C., Junta de Extremadura.

[4]              SÁNCHEZ DE LA CALLE, J. A., Plasencia, la Perla del Valle del Jerte, Cuadernos Populares, núm. 49, ERE, Badajoz, 1994, p. 26.

[5]          MATÍAS GIL, A., Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII, opus cit.,  p. 227.

[6]              PÉREZ BLANCO, P., «Reformismo ilustrado en Plasencia: aproximación demográfica a los censos de Godoy y Cayetano Soler», en https://dehesa.unex.es/handle/10662/3494 [consulta, 13 de noviembre, 2021]: «Es una agricultura con todos los rasgos típicos de un sistema tradicional: mala distribución de la tierra y técnicas y métodos obsoletos… Nos encontramos con una organización industrial totalmente tradicional, heredera de los gremios artesanales medievales que tan bien representados estuvieron en la ciudad. Son pequeños talleres familiares en los que se desconocen las innovaciones tecnológicas, la división del trabajo apenas si existe y carecen de una organización racional… El comercio existente es básicamente local y comarcal, sin que apenas exista comercio exterior pues los intercambios están obstaculizados por una red de caminos -tanto los que enlazan con Castilla como con Andalucía- peligrosos y en mal estado de conservación… Si a una agricultura y artesanía, de signo tradicional y poco evolucionadas, y a un comercio escaso, unimos unas finanzas municipales realmente calamitosas (que vienen arrastrando un déficit crónico desde que la adhesión de la ciudad a la causa borbónica -durante la Guerra de Sucesión- dejará vacía sus arcas…».

[7]              GONZÁLEZ CUESTA, F., Los obispos de Plasencia. Aproximación al Episcopologio Placentino, Ayuntamiento de Plasencia, Plasencia, 2002, p. 184.

[8]              SÁNCHEZ LOMBA, F. M., Arquitectura del Renacimiento en Extremadura, Norba, núm. VIII, Cáceres, 1988.

[9]              FERNÁNDEZ MILLÁN, I., La ciudad de Plasencia en el siglo XVIII, Asamblea de Extremadura, Badajoz, 1995, p. 673.

[10]            FERNÁNDEZ MILLÁN, I., «Notas sobre el reformismo ilustrado en Plasencia», en Studia historica. Historia moderna, Universidad de Salamanca, núm. 7, 1989.

[11]             Ibidem

[12]             PÉREZ BLANCO, P., «Reformismo ilustrado en Plasencia: aproximación demográfica a los censos de Godoy y Cayetano Soler», opus cit. [consulta, 3 de enero, 2022]: Blas Rodríguez Caballero, Regidor perpetuo y Juez Conservador de la Fábrica de Zarza la Mayor,… se comenzó a buscar local para su ubicación, se proyectó importar de Valencia plantones de moreras y se elaboraron una serie de medidas de protección para la nueva industria (exención de algunos impuestos para los cultivadores de moreras y criadores de gusanos; cesión municipal de terrenos, agua y combustible; eliminar la competencia...).

 

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