LAS ERMITAS DE PLASENCIA (I)
Plasencia es una de las ciudades más singulares del oeste peninsular y objeto de numerosos estudios. Los enfoques han sido diversos y han seguido líneas de investigación más o menos innovadoras a la hora de exponerlas. Todavía hoy se nos presenta como una ciudad en transición de la época medieval al Renacimiento en su entramado intramuros, con recinto histórico que ha sufrido un proceso de transformación discontinuo, lento y, a veces, inacabado. Las remodelaciones provocadas a lo largo de los siglos han supuesto la destrucción parcial de su personalidad urbana.
Sin embargo, todavía no se ha realizado un plan concreto para aquellos edificios ubicados fuera de la muralla, como es el caso de las ermitas -que tanta importada tuvieron en Plasencia por las distintas vocaciones gremiales-. Ello nos debe llevar a plantearnos, quizá, la ciudad de Plasencia como una realidad espacial que debe atender a su territorialidad -más allá de los inmuebles emblemáticos de la trama urbana- y verla como un proyecto global (o conjunto orgánico) que hile todas las referencias espaciales externas e internas.
Plasencia, como la mayoría de las ciudades situadas entre el río Duero y el Tajo, es una refundación que aprovecha un asentamiento anterior. Es la materialización de una actitud regia, que adquiere forma a tenor de un fuero, a su posición defensiva y ofensiva y a la creación de un centro que sirva de enlace entre otros del reino de Castilla. Como tal refundación real obedece a objetivos ya establecidos y delimitados por las condiciones geográficas: un trazado radial, siete puertas, seis o siete colaciones y un arrabal… Esto posibilitó que, pasados los primeros años y una vez consolidado el proceso de repoblación al sur de Tajo y de Guadiana, apareciese hospitales ermitas e iglesias en los principales caminos de entrada a la ciudad: San Lázaro, Santo Tomé, Los Mártires, Santiago, Santa Teresa, La Magdalena, San Polo Santa Elena, Nuestra Señora de la Salud y las desaparecidas de San Miguel, santa Catalina, San Julián, San Marcos o San Antón. A lo que hay que sumar la de Fuentidueñas o la del Puerto.
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