2.    

               PLASENCIA, UNA CIUDAD EN TRÁNSITO (V) 

 

           La señorialización de la ciudad

 

Este desarrollo urbano coincidió con el proceso de señorialización en el que se vio imbuido la ciudad. No fue hasta finales del siglo XV y los primeros años del siglo XVI cuando se produjo una verdadera eclosión de la ciudad extramuros. A lo largo el siglo XVI el Renacimiento irrumpió con fuerza en la ciudad, levantándose arquitecturas singulares civiles y religiosas que transformaron notablemente su paisaje. Se promovieron importantes obras públicas, como puentes, alineaciones y pavimentación de calles o abastecimiento de agua. A la par, se vigiló el ornato y la labor de policía urbanos con las ordenanzas municipales de 1533. La Iglesia y la nobleza se repartieron estamentalmente el espacio intramuros, mientras que la población pechera y las minorías se vieron segregadas a los barrios próximos al río.

 


Así, durante algunas décadas del siglo XV,  la ciudad y su alfoz dejarían de pertenecer a la Corona para pasar a depender de la nobleza, intensificándose el proceso iniciado en 1252 debido a los problemas suscitados  en la repoblación del territorio: «A pesar de que el título 165 de su fuero declaraba que Plasencia y las villas y aldeas situadas en su término no tendrían otro señor que el rey, una serie de circunstancias provocaron que muy pronto… empezara a ser recortado debido a un proceso de enajenación de tierras en favor de determinados personajes»[1]. El desorden habido en Castilla y la ambición de la monarquía para conseguir el aliento de las ciudades y de personas influyentes  fueron determinante. Así, el siglo XV fue una época clave de la historia de la ciudad. Plasencia  fue cedida por  Juan II a la familia de los Zúñiga y pasó de una jurisdicción de realengo a otra de señorío, entre los años 1442 y 1488,  tal como se desprende de la crónica del secretario de los Reyes Católicos, Fernando del Pulgar:    

Palacio de los Monroy, conocido como la Casa de las dos Torres, antes del  derribo de una de las torres en 1913

…fue constreñido en tiempo de algunas disensiones acaescidas en el tiempo que reynó, de dar la cibdad de Plasencia al Conde Don Pedro de Stúñiga, que era su justicia mayor,[2]

Un cambio que fue aceptado pacíficamente por gran parte de la población, al parecer nada contraria ni al señorío ni a la nobleza. Pero la elección de Álvaro de Zúñiga, Conde de Plasencia, por parte de Juana la Beltraneja para sus pretensiones a la Corona de Castilla frente a Isabel la Católica[3], justificó el uso de las armas por parte de algunos linajes de caballeros nuevos que  habían ido adquiriendo importancia durante el período señorial, como el de los Carvajal. Estos linajes hicieron posible la entrega  de la ciudad a la jurisdicción de realengo, ratificada el 20 de octubre de 1488 con la presencia de Fernando el Católico y bajo la presión ejercida por el Concejo placentino y el resto de la nobleza.

Palacio de lo Carvajales, residencia que fue de los Comuneros, fotografía de Jean Laurent, 1875.

Durante esta etapa señorial se estableció en Plasencia la capitalidad de los dominios feudales de los Zúñiga y la ciudad se convirtió en la gran defensora de Juana La Beltraneja. Sin embargo, gran parte de la nobleza placentina se mantuvo fiel a la reina Isabel y se rebeló contra la familia Zúñiga por ostentar  un señorío cuyas rentas percibidas en el año 1488 ascendieron a 1.885.149 maravedíes[4].  En este periodo, tanto los linajes de los Monroy como los Carvajal también formaron parte de la oligarquía urbana placentina, a pesar de las ausencias de García Álvarez de Toledo,  Rodrigo  de Monroy y  Alonso de Monroy, puesto que  tuvieron un interés común, el de controlar el Concejo y las rentas. No hay que olvidar cómo los Monroy fueron poderosos señores con allegados significativos en la ciudad y los Carvajal miembros del regimiento y del bando local con extensiones en Cáceres y Trujillo.

La ciudad fue entregada a Fernando el Católico forzada por las ligas nobiliarias o, según María del Carmen Carles, por caballeros –patricios; un estamento que alcanzó  un cuatro por ciento de la población en toda Castilla[5],  exigiendo bajo juramento en la Catedral que la ciudad jamás volvería a ser cedida en ningún señorío. Estos avatares determinaron que Plasencia perdiese su derecho de representación en las Cortes, como había disfrutado durante la Baja Edad Media, perdiendo con ello parte del peso que tuvo, suponiendo un avance de lo que ocurrió en el siglo XVII:

Y por la presente, de nuestro propio motu y cierta ciencia, incorporamos y reintegramos la dicha ciudad de Plasencia con toda su tierra y términos y jurisdicción en nuestra corona y patrimonio real para que agora y de aquí adelante y para siempre jamás sea habida y tenida por de nuestra corona y patrimonio real y no pueda ser separada ni apartada della por ninguna causa ni razón ni necesidad pública o particular de qualquier calidad e importancia que sea o ser pueda. Y prometemos y aseguramos y damos nuestra fe y palabra que por nos y por el dicho Príncipe don Juan nuestro hijo y por los otros reyes y sucesores que después de nos vinieren, que no apartaremos ni enajenaremos la dicha ciudad ni su tierra y términos y jurisdicción de nuestra corona real y que siempre la conservaremos y guardaremos para ella... [6]

Escudo de Antonio Paniagua de Loaisa en la llamada Casa del Deán (hay que rescatarla)

A pesar de todo esto, en el tiempo de la señorialización, Plasencia se consolidó como centro de poder con una gran influencia jurisdiccional en todo su término. A finales del siglo XV la ciudad se convertía en la plaza de lo más escogido de la nobleza extremeña, entrando  de lleno en un periodo señorial, como indica Jesús Manuel López Martín, con un cambio de mentalidad que se materializó en «una evolución urbana ejecutada por personas singulares, laicas y religiosas, algunas de ellas participantes en las Cámaras y Consejos reales, a través de fundaciones de tipo religioso, asistencial y cultural»[7]. Allí vivieron, además de los Zúñiga (con el título del Marquesado de Mirabel y Condes de Nieva), los Condes de Oropesa y Señores de Jarandilla y Garganta la Olla, descendientes de García Álvarez de Toledo, que llegaron a ser Duques de Alba, Marqueses de Coria y a los que se sumaron propietarios de extensos señoríos por toda Extremadura. También tuvieron su residencia los Señores de Monroy y Almaraz, los Condes de Deleitosa, los Señores de Belvís, los de Valverde de la Vera, Torrejón o Grimaldo:

Plasencia, desde el reinado de Enrique IV, se convirtió en una de las principales ciudades extremeñas y debido a esta circunstancia, en uno de los lugares habituales de residencia de la familia condal – el otro era Béjar – lo que influyó positivamente en ciertos aspectos de la vida placentina pues la presencia de la corte señorial, entre otras cosas, atrajo a un número de caballeros ligados a los condes mediante diversos vínculos.[8]

Casa natal del cardenal Bernardino López de Carvajal y Sande.
 

Todas estas familias dejaron constancia de su condición, poder y privilegios en la arquitectura urbana. Los titulares dispusieron de casas y pequeños ejércitos para defender su integridad y la de sus bienes, luchando a la par por el control de la ciudad. Un afán que fue disminuyendo a lo largo de todo el siglo XVI debido a la normativa real por la que se instaba a los servidores a tomar parte en misiones de mayor gloria y enriquecimiento. Y a lo que debe sumarse los problemas derivados de herencias y tratos de los primogénitos. No obstante, se dejó atrás la idea medieval concejil del territorio, que tanto aportó a la organización de Extremadura, y se pasó a desarrollar un corpus nobiliario importante que remodeló la ciudad al aportar conceptos humanistas que tuvieron un papel decisivo en los programas oficiales del propio Estado monárquico; programas que tuvieron como finalidad proyectar las ideas de un pasado histórico reconocido que trajo consigo una modernización del territorio y de la ciudad.

Fueron tiempos de cambio para Plasencia en los que se produjo un trasvase de mentalidades, un período floreciente tanto en las ideas políticas como estéticas que abarcó los reinados de Carlos I y Felipe II. Ello se aprecia en el plano de Luis de Toro: al finalizar el siglo XVI la actividad se centró en la configuración de una nueva visión urbana, dándose prioridad a hospitales,  viviendas cómodas y obras públicas, como se desprende de la Historia de los anales de la ciudad y obispado de Plasencia de Fray Alonso Fernández, escrita en 1627 y testigo coetáneo de estos cambios. La plaza Mayor se consolidó y los arrabales iniciaron su desarrollo urbano junto a otros espacios de expansión que dibujaron un nuevo perfil adoptado por otros núcleos extremeños. Basta señalar, como apunta Alejandro Matías, que en 1556 se crearon varias fundaciones: Beatriz de Trejo y Almaraz fundó y dotó el Hospital de la Cruz o de San Roque; se erigió el Hospital de los Pobres o de San Marcos para peregrinos y pasajeros; Juan Rodríguez Cano y Beatriz de Contreras costearon el convento de Clarisas de Santa Ana; María de la Cerda las Carmelitas junto a la parroquia de El Salvador…[1].

 Colegio de San Fabián, llamado también Colegio del Río, frente a La Isla


O, en el ámbito de las obras públicas podemos, a lo largo de todo el siglo, citar algunos ejemplos: la Fuente del Cabildo en la plaza de la Catedral, construida a finales del siglo XV y principios del siglo XVI, con doce lados y el escudo de los Reyes Católicos; en 1512 se concluyeron las obras del Puente Nuevo o de la Isla; en 1523 se remodeló la Casa de las Gradas, antigua Casa del Concejo, por otro edificio consistorial que se ajustó al programa político de rey Carlos I, aunque estaba ya planteado en la época de los Reyes Católicos. Se implantó el  Arca del Agua en la plaza de los Llanos frente a la fortaleza, para traer el agua desde la Traslasierra en el término de Cabezabellosa; entre 1523 y 1525 se hicieron obras en el puente Trujillo y en 1538 en el de San Lázaro; en 1533, con las ordenanzas municipales,  se prestó atención al ornato y a la policía urbanos; en 1551 se fijan nuevos tramos de la muralla y remodelaciones en 1573; en 1567 se enrolló con piedra sobrante de la Catedral la calle de los Albarderos, la que discurre entre San Juan y la Puerta de Talavera, siguiendo el empedrado de la ciudad  ordenado en 1524 mediante un dictamen del Concejo; en 1570 se abrieron el Caño Soso, la Fuente de San Pedro de estilo plateresco, más conocida como «Cruz de Mayo», y se creó el paseo que va desde la Cruz Dorada al Puente Nuevo; y 1574 se levantaron los Arcos de San Antón, siguiendo la tradición iniciada por la Iglesia y el Concejo de ir sustituir los puentes y acueductos que cruzaban el obispado por otros de piedra  facilitando así el tránsito de personas, mercancías o abastecimientos[2]. El mecenazgo, de este modo, se impuso como norma y obispos y familias nobles desempeñaron un papel decisivo en la configuración de Plasencia.         


 Fuente del Cabildo.

La Iglesia actuó como mecenas al construir, al margen del impulso para la edificación del Monasterio de Yuste con los Jerónimos, la nueva Catedral: un proyecto que Gutierre Álvarez de Toledo emprendió en 1498 una remodelación espacial al insertar, por una parte, una fábrica mucho mayor que la existente y, por otra parte, aportar una concepción simbólico al trazarse su alzado. Un templo que volvió a jerarquizar la ciudad en su trama y en su población. Según Manuel López Sánchez-Mora, este edificio fue fruto de un tiempo providencial donde confluyeron el descubrimiento de América, la toma de Granada y el paso de Plasencia a una ciudad realenga después de la servidumbre feudal[3]. La consecuencia más inmediata fue el reparto que se hizo atendiendo a la posición social.  El clero se estableció en torno a las parroquias de El Salvador, San Martín, San Esteban, la propia Catedral y San Nicolás; la nobleza se asentó en las calles que confluyen en la plaza Mayor; los sectores menos privilegiados, la población pechera y las minorías se vieron segregadas en arrabales como el de San Juan, junto al vado fluvial, para albarderos, herreros o la mancebía, y el de San Julián destinado a lagares o molinos de aceite, así como en las inmediaciones de las puertas de Talavera, Coria y Trujillo; y los moriscos se agruparon en las ermitas extramuros de San Juan, Santa Elena y San Miguel. Y más allá de esta población existió un veintisiete y medio  por ciento de foráneos  que arrendaron «casas de morada» debido a la atracción administrativa y la pujanza económica que poseyó la ciudad[4], como ha estudiado  Gloria Lora Serrano y como se puede desprender de las Ordenanzas Municipales sobre los distintos ramos y actividades que se fijaron en 1533[5].

 

Así, pues, si el poder económico de la nobleza fue importante, no lo fue menos el de la Iglesia y, especialmente el de su obispado, el más rico de Extremadura por el volumen de sus rentas, por el número de fieles y por la extensión de sus señoríos. De todas las obispalías del entorno, la única que aumentó su jurisdicción y sus rentas fue la de Plasencia, como confirman las compras hechas en 1557[6]. Solo desde esta perspectiva puede entenderse la obra de la Catedral Nueva y el papel de mecenazgo que ostentaron los obispos.  Fue la época dorada del episcopado placentino, iniciada con Juan de Carvajal, quien creó los Estudios de Humanidades en 1446, primer centro de estudios generales con rango universitario con el que contó Extremadura. Su presencia en Roma como cardenal y su sólida formación humanística convirtieron, sin duda, este al obispo en una de las grandes figuras del Renacimiento europeo.

Caserío de la judería que hoy forma parte del Parador Nacional


Sus sucesores mantuvieron viva la llama de este ideal político y filosófico, financiando iglesias y conventos en las poblaciones del Valle del Jerte y de la Vera de Plasencia, sobresaliendo la labor de Gutierre Vargas de Carvajal, que asistió al Concilio de Trento y fundó en 1555, como señala Fray Alonso Fernández, el primer colegio de la Compañía de Jesús de Extremadura en la iglesia de Santa Ana y San Vicente Mártir[7], inaugurado por Francisco de Borja, comisario de la Compañía de Jesús. A lo que se sumó su empeño en favor del Monasterio de Yuste, así como la obligación de que las parroquias contaran con archivos para los documentos importantes[8]. Del mismo modo, hay que hacer mención al año de 1578, cuando se creó el colegio de San Fabián, llamado también colegio del Río, en una alameda y huerta del Jerte; un centro de estudios  de pasantía pasantía vinculado a la Universidad de Salamanca, especializado en Derecho y Teología. O cómo, en 1584, Juan de Belvís fundó el Colegio de Gramáticos con las cátedras de Arte, Teología y Gramática en el convento de San Vicente y cómo Martín López de la Mota promovió el convento de la Encarnación.  

 

Cabe reseñar, por último y dentro de este reparto zonal y estamental del espacio urbano, la situación de los judíos y los moriscos. Los primeros ya aparecían mencionados en el Fuero de la ciudad y la aljama más antigua, de veinte a veinticinco  familias[9], se asentó en el espacio abierto de La Mota, levantándose  la sinagoga en parte de lo que luego fue el palacio de Mirabel. A raíz de la promulgación de las leyes de Ayllón en 1412, el Concejo placentino delimitó la judería por una cerca y un postigo abarcaba el actual Parador Nacional, la iglesia de San Vicente Ferrer, el Cañón de las Bóvedas del Marqués y el palacio de Mirabel y se cerraba por las noches. En 1477 Álvaro de Zúñiga y Leonor de Pimentel confiscaron la judería y la sinagoga para ampliar las dependencias del convento de San Vicente Ferrer, trasladando la judería nueva otro perímetro entre la calle Trujillo, la plazuela de Ansano, la calleja de Vargas, la calle Santa Isabel (donde se ubicó la nueva sinagoga) y convento de Santa Clara. Con posterioridad, se les volvió a confinar en el Berrocal, previo a su expulsión en 1492, donde aún se conserva restos de tumbas antropomorfas de su cementerio.

 

Hospital de San Roque

La ausencia judía se suplió por la población mudéjar, contabilizada en ciento veinte cinco mudéjares que vivían en la «morería interior del barrio del Toledillo», junto al Puente de Trujillo, donde se dedicaron a desarrollar sus actividades en el arrabal de San Juan. La población musulmana se vio incrementada a lo largo del siglo XVI con la llegada de los moriscos que extendieron otra morería, en el lado oriental de la muralla, entre las parroquias de San Esteban y de San Pedro, dando muestras de un urbanismo islámico abigarrado y complejo, absorbiendo tortuosas callejas con casas pequeñas y corrales de escaso valor constructivo, como puede apreciarse, actualmente, en las calles de las Morenas, de la Pardala y de Patalón. La expulsión de los moriscos en el siglo XVII dejó casi vacío el arrabal de San Juan y se produjo una merma considerable en la mano trabajadora agrícola y artesanal.

 

Por último, merece especial mención el ámbito teatral.  El siglo XVI fue un momento de búsqueda y convivencia de varias tendencias: la dramaturgia religiosa de Gil Vicente, el clasicismo y la tradición nacionalista de Juan de la Cueva y la italianizante de Juan del Encina y Bartolomé Torres Naharro. Sin embargo, fue la lengua paladina la que hizo que los obispos placentinos no permitieran en el interior de las iglesias representaciones alejadas del llamado teatro participativo, en el que los sentimientos, la liturgia y la fe formaban un todo. De ahí que tomaran protagonismo los atrios y las plazas públicas para poner carretas, tablados y telones de fondo, como el Atrio de San Esteban y las plazas de la Catedral Vieja y de San Martín; espacios que dieron paso a los Corrales de Comedias frente a San Esteban o en la calle Cartas. Y, en paralelo, no desaparecieron los teatros eclesiásticos, cuyo objetivo no era sino la celebración de fiestas religiosas. El obispo Gutierre Vargas de Carvajal fue un gran entusiasta de este tipo de teatro, llegando a poner a disposición su propio palacio para escenificar la ideología contrarreformista e invitando a congregaciones religiosas a construir estructuras estables en sus edificios, como fue el caso de los jesuitas, aunque su carácter fue más heterogéneo al entremezclarse los temas religiosos con obras dramáticas.

 



[1]             MATÍAS GIL, A., Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII, Asociación Cultural Placentina Pedro de Trejo, Plasencia, 1984, pp. 167-226.

[2]             MARTÍN MARTÍN, M. C., El Cabildo Catedralicio de Plasencia en la Edad Media, ERE, Cáceres, 2014, pp. 41-42.

[3]             LÓPEZ SÁNCHEZ-MORA, M., La catedrales de Plasencia y tallistas del coro, Confederación Española de Cajas de Ahorros, Plasencia, 1976, pp. 21-22.

[4]             PEREIRA IGLESIAS, J.  L. y RODRÍGUEZ CANCHO, M., «Actas notariales y realidad socio-económica en la Extremadura del siglo XVI», en Hernán Cortés y su tiempo. Actas del Congreso, v. I, ERE, Mérida, 1987, pp. 65-75.     

[5]             LORA SERRANO, G.,  «Feria y mercados en la Plasencia Medieval», opus cit., 2006: «se empieza a vislumbrar desde las primeras décadas del siglo XIV, cuando aparecen con más frecuencia referencias sobre distintos establecimientos relacionados con la transformación y comercialización de alimentos así como sobre vecinos cuyas actividades se encuentran vinculadas al sector secundario o incluso terciario, lo que creo que es un claro testimonio del creciente desarrollo de la ciudad… la feria de Plasencia cobró un nuevo vigor a partir de la segunda mitad del siglo XV, de manera que hubo que buscar nuevos espacios para acomodar a los mercaderes que provistos de novedades acudían a la ciudad… Las razones de la reactivación comercial de Plasencia creemos que estuvieron en el crecimiento imparable de la población de la ciudad, así como en la entrada de la misma bajo la órbita señorial de los poderosos Estúñigas. Por otro lado y como consecuencia de ese aumento de la actividad mercantil el centro comercial de Plasencia se desplazó hacia el norte de la ciudad… se convertirá en el siglo XVI en una de las más importantes y la más poblada de la Alta Extremadura…».

[6]             RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, A., «El problema jurisdiccional en Extremadura en el siglo XVI», en Hernán Cortés y su tiempo, opus cit.,  pp. 367-375.          

[7]             FRAY ALONSO FERNÁNDEZ, Historia y anales de la ciudad y obispado de Plasencia, Asociación Cultural Placentina Pedro de Trejo, Sanguino, Plasencia, 1983, pp. 313 y ss.

[8]             LÓPEZ SÁNCHEZ-MORA, M., Episcopologio. Los obispos de Plasencia. Sus biografías, Caja de Ahorros de Plasencia, Badajoz, 1986, pp. 28-34.

[9]             LACAVE, J. L., «Los judíos en Extremadura antes del siglo XV», en Actas de las Jornadas de Estudios Sefardíes,  Unex, Cáceres, 1981, p. 208.


[1]             LORA SERRANO, G.,  «El proceso de señorializacion de la tierra de Plasencia (1252-1312)», en Miscelánea Medieval Murciana. V, XXIII-XXIV, 1999-2000.

[2]             Crónicas de los Reyes de Castilla,  Biblioteca de Autores Españoles, v.  LXX, Madrid, 1953, p. 480.

[3]              Véase, RODRÍGUEZ CASILLAS, C. J., A sangre y fuego. La guerra entre Isabel la Católica y Doña Juana en Extremadura (1475-1479),  ERE, Badajoz, 2013.

[4]             LADERO QUESADA, M. Á., El siglo XV en Castilla. Fuentes de renta y política fiscal, Ariel, Barcelona, 1982.

[5]             GERBET, M-C., La Noblesse Dans Le Royaume De Castille: Etude Sur Ses Structures Sociales En Estremadure. De 1454 a 1516,  Publications de la Sorbonne, París, 1979.

[6]             1488, diciembre, 22. Valladolid. Archivo General de Simancas, Registro General del Sello, RGS, LEG. 148812,176.

[7]             LÓPEZ MARTÍN, J. M., Paisaje Urbano de Plasencia en los Siglos XV y XVI, Asamblea de Extremadura, Badajoz, 1993. Para el urbanismo de la ciudad este ensayo es vital para comprender su evolución.

[8]             LORA SERRANO, G.,  «Feria y mercados en la Plasencia Medieval»,  Revista da Faculdade de Letras. Historia,  Universidade do Porto, 2006.

 

 

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