Extremadura participa en la candidatura de la piedra seca como patrimonio mundial


Como ejemplos de esta transición, la región presenta las adhesiones de Las Corralás de Torrequemnada, los molinos de Arroyomolinos y el Cocedero de Chochos de Monesterio, completándose con ello una visión real de la técnica en esta región.

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 UN COMENTARIO SOBRE UN CUADRO DE LUIS CANELO: LA ENCINA

 


 

En la actualidad la conciencia ecológica se ha extendido a todos los órdenes del pensamiento. Esta conciencia no solo pretende comprender la unidad del universo, sino que va más allá al intentar que reconozcamos la interdependencia de todos los fenómenos y la integración de los procesos cíclicos de la naturaleza.  De hecho, la antigua idea sobre la objetividad de la ciencia, basada en la observación y el conocimiento, ha dado paso a un nuevo paradigma en el que ambos conceptos son inseparables, aunque los podamos diferenciar con claridad. 


 

Luis Canelo es conocedor de esta epistemología integral (de estos principios) y la ha llevado a término en su trayectoria. Pero, quizá, donde más pueda probarse este argumento es en una composición en la que se entreveran abstracción y representación. Una encina, una formación geológica, la dehesa como fondo y la Sierra de Gata como horizonte conforman una síntesis magistral de su pintura: un volver a sus inicios con una mirada renovada a la hora de entender qué es la Razón y qué es la Naturaleza, como ya dejó patente en su exposición de 2017. 


Su obsesión por mostrarnos aquello que los filósofos entienden por «totalidad» le ha encaminado siempre a pintar lo primario, lo primigenio, y de ahí ha desplegado todas las propiedades y los patrones que interactúan en esta obra, incluso aquellos que podemos calificar de subyacentes. Crea un proceso dinámico conectado; una sucesión que va desde lo corpuscular hasta lo unitario, de lo sedimentario a las encinas y, más allá aún, hasta la incorpóreo de un cielo monocromo e infinito. Va desde la casi indeterminación de una composición geológica al orden que supone la plasmación de un paisaje tal como lo percibimos con sus colores y disposición característicos: temporalidad, espacialidad y fuerza confluyen en una misma superficie relacionando de esta manera materia y mente. 


 

Es una obra en estado transitorio que nos muestra de manera seriada distintos momentos y estadios de una misma sustancia, aunque nuestra lógica la divida en mineral y vegetal. Nos muestra una realidad como si fuese una red de relaciones en la que sus conceptos, sus modelos y su teoría forman una malla interconectada donde caben todos los fenómenos observados. Y donde cada porción depende de las propiedades del resto de las partes, determinando una estructura, un entramado al llamamos «paisaje de la dehesa» en las estribaciones de la Sierra de Gata, entre cielo y tierra: el paisaje vuelve a ser, como lo hizo en sus inicios, un campo de acción dentro de la llamada «estética de la formatividad», de esa manera de concebir que tiene Luis Canelo el conocimiento como interpretación: el arte en su formarse. En este sentido, el carácter científico y el filosófico confluyen al explicar plásticamente una realidad compuesta por fenómenos conectados para poder explicar esa idea apuntada de la totalidad que no es sino la propia Naturaleza.


 

 


 

 

 

 

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