ANTONIO COVARSÍ ROJAS

Querido Antonio, tras casi 16 años de tu partida, quiero recordar cómo te enfrentabas al acto fotográfico.

 


Existe un pulso, entendido como un acto fotográfico en esencia, que hace que muchos artistas se pierdan en el laberinto que pretende develar parte de los rasgos de una identidad muy concreta. El caso de Antonio Covarsí no es este. Sus trabajos, que han conseguido una completa coherencia a lo largo de una trayectoria tan interesante como compleja, se han caracterizado siempre  por indagar en aquellos recodos que configuran «el aquí y el ahora» de esa realidad que nos pesa. Abrió así, por un lado, nuevas dimensiones a una mirada que se aleja de cualquier imagen convencional, insinuándonos caminos que conducen a perfiles biográficos, a recuperar olvidos del pasado o ilusiones del futuro, a veces extremadamente reales, en el propio límite de este presente que nos desborda. Y, por otro lado, moduló magistralmente la dialéctica de lo reconocido y de lo irreconocible o de lo invisible y de lo visible, creando (en su sentido más literal) expresiones novedosas en la que el espacio, acotado por un marco de ventana,  narra historias que nos conducen de lo físico a lo psíquico.

De este modo, la relación que se establecen en sus ventanas entre el espacio, el tiempo, la representación,  la memoria y las emociones se convierte en el vector fundamental de sus presentaciones. Son auténticas ventanas de percepción que registran nuestra mirada,  abriendo  no sólo un hueco en la realidad que cambia el eje de la visión estereotipada que tenemos del mundo, sino también dejando, al traspasar su superficie, al aire todos los pensamientos para equiparar las acciones de ver y pensar . Pero más allá de esto, Antonio Covarsí intentó que todos los componentes que esa mirada pueda abarcar, fuesen puras expresiones. Con ello enlazó el arte y la ciencia con la tecnología y el humanismo, salvando la gran controversia que el mundo contemporáneo ha ido creando en torno a estos  conceptos, cruciales, eso sí, para entender al hombre de hoy.

Sin embargo, en ningún momento sus obras, sugestiones propuestas,  sustituyen a la realidad como tal, más bien tienen encomendado, como fin, el descubrir sus espaciosi nteriores, incluyéndose los conflictos que comportan y las ideas que habitan en ellos. Y esto no es sino el fruto del carácter ambiguo que destilan sus  fotografías, una parte esencial de la expresión que utiliza este medio plástico con fines picturales. En todas sus ventanas existen unas «pasarelas» que nos posibilitan  transportarnos desde lo latente a lo manifiesto, deformándolo  para representar otra realidad.

          Así,  cada cuerpo que se nos (des)dibuja contiene todos los otros, superponiéndose la memoria personal y la colectiva. Cada paisaje natural se torna imaginario en pos de una inquietud sugestiva al presentarnos  formas inciertas, espacios desolados y silenciosos (rotos quizá por el eco de la lluvia) que se ven invadidos por la luz y la tristeza. Cada  historia, supuestamente cotidiana, va sujeta a un contenido netamente humano o político. El uso de esa luz, que lo inunda todo,  puede interpretarse como un deseo de retorno a nuestros orígenes, a un lugar donde las sombras no signifiquen, como ocurría en la Antigüedad,  ausencia.

          En sus ventanas, concebidas, pues, como un espacio semivacío en el que el espectador, siguiendo un ceremonia casi teatral, debe poner el movimiento, no importa  que reconozcamos ni a los personajes ni a los objetos. Sus siluetas bastan pos sí solas puesto que reflejan el ritmo de la propia vida. Antonio Covarsí, en este sentido, tendió a menudo a ver el mundo desde una perspectiva casi surrealista al mezclar sus dotes artísticas  con una postura extremadamente, recreando con ello un universo mágico y onírico que nos traslada, en ocasiones, a determinadas zonas de nuestra memoria a través  de signos y símbolos: los espectros parecen flotar  tras el cristal sin temor a caer en el abismo,  pero sabemos que son reales.

          Y lo son porque la historia que nos narra Antonio Covarsí con esa relación ambigua con lo real, se rige por códigos que nos permiten  pasar de lo cierto a lo fantástico y de lo irreal a lo realista. Las puertas y ventanas, por ejemplo, levantan acta sobre el discurrir del mundo, juegan con el tiempo y el sentido y, a la vez, nos racionalizan las formas al reconstruirlas y ordenarlas de otra manera, colocándonos en el límite de la representación, en ese lugar en el que los seres y enseres no son ni figurados ni nombrados, sólo designados y, por lo tanto, (re)creados. Cada  obra es un misterio, un enigma que nos fuerza a leer progresivamente sus trabajos, desentrañando, como si fuésemos arqueólogos, los estratos del olvido. Nos hallamos ante un territorio  real-imaginario, ante un trompe-l’oeil, que  recicla el tiempo al desdibujar sus huellas o al proponer la ironía como resistencia, anulando, por consiguiente,  la distancia y las fronteras entre el sujeto y las imágenes (cuando se penetra en el espacio de la imagen y participamos de su existencia)

          Este planteamiento, en definitiva, nos remite a las imágenes con las que Antonio Covarsí trabajó para desplegarse ante nosotros con la única finalidad de hablarnos de ellas mismas. Pero para que funcionen y tengan un cometido, nuestra subjetividad ha de interpretarlas al margen del pasado que representen.





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