ÁNGEL SARDINA O UN LUGAR EN EL PAPEL

 

 

 


Conocer al abulense Ángel Sardina como persona es conocer su obra y su mundo, la estructura de sus composiciones y las variaciones que han sufrido desde que inició su trayectoria, allá por los años sesenta. Pero, además, como dio en su día Miguel Logroño, trasluce otros mundos, otras visiones, siempre «fieles a las exigencias del arte». Y en este ir y venir, en este integrar y desintegrar para establecer la presencia del propio arte, Ángel Sardina estudia en cada papel, escrupulosamente, la materia y sus texturas (sea de estraza o de seda), hace un recorrido vertiginoso por las vanguardias del siglo (desde el cubismo hasta los informalismos) y se detiene en algunas cuestiones planteadas por los dadaístas o por aquellos que recurrieron al concepto para expresar un momento concreto de la Historia. No es un artista al uso.

 

Ángel Sardina, si nos fijamos bien, deja ya desde sus inicios las huellas casi desdibujadas de algo que fue; vestigios relatan en cada trazo o en cada gesto algo que nos permita acercarnos a la realidad. Y lo hace sin apenas recurrir a personajes definidos, sólo con la línea, el color, la luz y un  trozo de realidad. Su mirada es una mirada interior que discurre dentro de lo netamente ontológico, sin recurrir a esa funcionalidad incesante que, sin solución posible, desemboca en los anhelados objetos de consumo.


 

Sus collages y sus de-colllages, sus construcciones y sus deconstrucciones, en ese vaivén o esa dialéctica que es toda su obra, son consecuencia directa del uso de un análisis humanista profundo, aunque la traducción que veamos sean juegos de vacíos y llenos, de concreciones y abstracciones. Los papeles de Ángel Sardina se caracterizan por la vivacidad, por establecer una relación entre forma y materia, donde el color matiza esa búsqueda permanente de la esencia de las cosas. La percepción que tenemos de todo este entramado no es otra que la del rigor, la de la corrección, la de la estructuración (casi geológica en sus últimas series) y, yendo más allá, la de la trascendencia interpretada por el hombre contemporáneo. Eso sí, sin perder nunca de vista el viso experimental que tienen sus creaciones.

 

 

 



 

 

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