La dehesa, un paisaje cultural seriado  (I).

 

La historia que narra la protección del Patrimonio ha cambiado sustancialmente a lo largo de las cinco últimas décadas. Su evolución ha sido vertiginosa al ampliarse el concepto de aquello que entendemos por acervo cultural. Hoy, la conexión existente entre los bienes históricos y el medio físico, la relación entre la ciudad y su territorio y la suma del medioambiente, no tiene discusión alguna. De hecho, se habla de patrimonio territorial, de la patrimonialización del territorio, ensanchándose los horizontes a otras disciplinas hasta ahora ausentes, como la arquitectura, la geografía o la antropología.

Foto: Álvaro Casanova

La Carta de Amsterdam y la Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico de 1975 planteaban ya estos principios integradores en su acción tutelar para contextualizar la propia Historia y su continuidad hasta la actualidad. Para tener instrumentos y mecanismos que conecten e integren los bienes. Así, si la segunda mitad del siglo XX se caracterizó por centrar las políticas de protección del Patrimonio en el ámbito de los cascos históricos, este siglo ha ampliado el concepto al territorializarlo, al fusionar las masas patrimoniales y naturales, al sumar ámbitos científicos diferentes, y al incorporar en su valoración la dimensión espacial y temporal, así como el carácter diacrónico y mutable de los paisajes. Fruto de este esfuerzo interdisciplinar es el Plan Nacional de Paisaje Cultural, aprobado por el Consejo de Patrimonio Histórico en octubre de 2012, donde se apuntaba cómo estos entrono no son más que «el resultado de la interacción en el tiempo de las personas y el medio natural, cuya expresión es un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales, producto de un proceso y soporte de la identidad de una comunidad»[1].

 

                                                          Archivo DGBAPC

       Un ejemplo claro de esta argumentación, se plantea a la hora de abordar la dehesa. Un sistema agroforestal generado y mantenido por el pastoreo a lo largo de los siglos; un sistema compuesto por un estrato arbóreo de espesura incompleta y un estrato herbáceo muy diverso y clave en el valor del sistema desde el punto de vista ecológico y económico. Se trata de un medio polifacético de una gran calidad cultural e histórica donde conviven prácticas complejas, intencionalidades diversas, gestiones múltiples y miradas dispares, fruto de los intercambios culturales que se han dado en él y merced a los itinerarios que se han gestado a lo largo de su existencia. Las vinculaciones existentes, en esta lid, entre medio y hombre son lo suficientemente significativas como para hablar de un paisaje único y excepcional, sustentando en espacios naturales vertebrados a través de corredores materializados en las cañadas con una extensión superficial y una distribución geográfica importantes. Un paisaje que se ha ido humanizando a lo largo del tiempo y que no es  sino el resultado lógico de todos los procesos de organización y ordenación del territorio que se han desarrollado secularmente desde las primeras Rutas del Estaño, pasando por la romanización del oeste peninsular, la presencia musulmana o la repoblación castellana –donde se configura un nueva forma de planificar la tierra- hasta el esplendor de La Mesta y la regeneración de la Ilustración Española o las políticas emprendidas por la II República y modificadas por el franquismo.

 

Ruta del Estaño

Todo ello ha definido un modelo histórico compacto de organización territorial, con contrastes naturales significativos y con una tipología arquitectónica específica (cortijos, cercas, chozos, abrevaderos, ermitas, bohíos), una cultura tradicional vinculada a las limitaciones de su medio (corcho, carbón, ganado, romanceros, danzas) y sujeta a las relaciones de poder que se han sucedido.  Una ocupación del espacio que desde la Prehistoria ha preservado unos ecosistemas puramente mediterráneos que se extienden a través de distintas comarcas particularmente deprimidas y dependen de su propio sostén económico.

 

                                             Foto: Juan Carlos Delgado Expósito

A lo largo de los siglos se ha forjado, pues, un territorio que ha configurado un conjunto patrimonial diverso, complementario e integrado por elementos diacrónicos que representan la evolución histórica, suponen un bien colectivo, y tienen valores ambientales y paisajísticos de primer orden alterados de manera racional por la mano del hombre al generar sistemas de gestión creíbles. Un paisaje vivo y funcional y, por excelencia, mediterráneo que se asienta sobre viejos materiales paleozoicos del Macizo Herciniano. Como ocurre de manera genérica en la geomorfología del paisaje extremeño, el rasgo dominante de las dehesas es la penillanura, una extensa planicie desarrollada fundamentalmente sobre rocas metamórficas origen sedimentario. Paisaje que se ha abordado, hace décadas, desde la protección y conservación con perspectivas renovadas, con una utilización social que garantiza de algún modo su sostenibilidad y su capacidad de transformación, haciendo hincapié en corregir los deterioros paisajísticos para preservarlos y determinar un equilibrio biológico en el que el hombre viene actuando desde sus orígenes[2]. Un ejemplo único de aprovechamiento a la lo largo de la Historia, siendo un espacio de ocupación, hábitat y defensa que aporta un patrimonio que abarca desde el año 100.000 a. de C. hasta el siglo XXI; un legado que se inserta en determinados «cortejos paisajísticos» relacionados con núcleos de población, ruedos cerealistas u olivareros, regadíos, manchas forestales que nos lleva a pensar en muchos paisajes culturales de la dehesa, no adehesados, como las densas, las abiertas o las matorralizadas[3]

Foto: Álvaro Casanova

Un patrimonio en su sentido más extenso, un paisaje cultural único y excepcional merced a su ubicación geográfica, que se caracteriza por contar con un clima mediterráneo de influencia continental, en el que la orientación de la orografía y la presencia de ríos de importante entidad generan ciertas peculiaridades. Ello, unido a la naturaleza de los materiales de base han desarrollado unos suelos poco evolucionados sobre los que dominan las extensiones dedicadas a regímenes agro-ganaderos de carácter extensivo, definidos por una baja intensidad de uso. Un bien que está definido, en gran parte, por una extensa penillanura cubierta por formaciones adehesadas. Se trata de una unidad paisajística y ecológica con influencia antrópica, típica y característica del suroeste peninsular. 

                                                          Foto: Álvaro Casanova

Un ejemplo de sostenibilidad y aprovechamiento del medio natural con un valor universal excepcional que permite un gran número de usos distintos, a la vez que éstos se «compatibilizan con una gran riqueza etnográfico, cultural y natural, contándose entre los medios ecológicos que albergan una elevadísima biodiversidad, una heterogeneidad geomorfológica territorial sin parangón alguno y una gran variedad de unidades paisajísticas bien diferenciadas»[4]: roquedos y serranías, bosques y matorrales, pastizales y cultivos agrícolas, e incluso características típicamente urbanas. Un territorio que se halla drenado y surcado por numerosos cursos fluviales de los ríos y arroyos del Tajo y el Guadiana con todos sus riberos asociados, entre los cuales se encuentran alguno de los cursos mejor conservados de Europa y causantes de la existencia de las dehesas.



[1]            http://www.culturaydeporte.gob.es/planes-nacionales/en/dam/jcr:55b779f7-037f-45a0-baa0-17f27bc2587a/05-maquetado-paisaje-cultural.pdf [consulta, 12 de noviembre de 2019].

[2]              Formulario de Propuesta de Inscripción del Bien Plasencia-Monfragüe-Trujillo: Paisaje Mediterráneo, en la Lista del Patrimonio Mundial, Archivo Dirección General de Bibliotecas. Archivos y Patrimonio Cultura, Junta de Extremadura, Mérida.

[3]              Informe de ICOMOS España, «Fundamentos para una posible inscripción de la dehesa en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO», 11 folios mecanografiados sin numerar.

[4]              Formulario de Propuesta de Inscripción del Bien Plasencia-Monfragüe-Trujillo, op. cit.

 

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