2.    PLASENCIA, UNA CIUDAD EN TRÁNSITO (III) 

     Reinos y fronteras.


La fundación de Plasencia vino, así, a finalizar los deseos de Alfonso III y de Ordoño II de convertir esta zona en un límite natural en el que el río Tajo diferenciaba las tierras situadas al norte de esta Marca musulmana, la Trasierra, y el terreno peniaplanado que se extendía por Trujillo. Pero no fue hasta el último tercio del siglo XI cuando se estabilizó esta divisoria y se marcaron nuevos objetivos entre los monarcas cristianos. Correspondió a Alfonso VI la pretensión, en 1074, de traspasar los límites desde las posiciones de las sierras de Gata y Francia.


 

Ello dibujó el escenario en el que la ciudad de Plasencia quedaba como organizadora de las llamadas «nuevas tierras» de Montánchez, Trujillo y Santa Cruz[1] para compactar un sistema defensivo y difundir, como apunta Julio González, la población y la urbanización hacia el sur[2], fuera del dominio abulense por estar fuera de su alfoz. Plasencia, ciudad realenga, quedó encargada en este nuevo panorama de adscribir a su jurisdicción esas nuevas tierras: el modelo repoblador duriense, con concejos y tierras de realengo, con población estable y una retaguardia que controlara los anhelos expansionistas de León y Portugal, generó el avance hacia el sur para establecer un punto intermedio en la ciudad del Jerte entre la distancia que separan Ávila de Trujillo[3].


La refundación de esta ciudad en junio de 1186, denominada en un principio Ambroz, Ambracia o Ambrosía cambió en diciembre al termino latino de  Plasencia[4], y vino acompañada de un extenso territorio que iba desde Piedrahita a Mirabel y Casatejada, en la misma línea del Tajo, aunque dependió del obispado de Ávila hasta que el papa Clemente III en virtud de la bula Tunc Dei beneplacitum, erigió canónicamente el obispado. Este hecho implicó que la demarcación eclesiástica se extendiera entre la propia ciudad y las llamadas cuatro villas de Trujillo, Medellín, Monfragüe y Santa Cruz. Sin embargo, la inestabilidad de la zona no hizo posible que el obispo placentino ejerciera el control efectivo hasta cuarenta años después, bajo el reinado de Fernando III.


De esta manera, se estableció una capitalidad local dentro de la administración de la Corona castellana. Ello supuso reorganizar socialmente este espacio continuando con diferentes vocaciones económicas, como ya había sucedido con Segovia, Ávila o Salamanca. A Plasencia le tocó estructurar su territorio configurándolo como un paisaje agrario donde la trashumancia jugó un papel decisivo, así como la explotación de sus masas forestales o de sus campos cerrados. Y todo dentro de un marco jurídico foral, con una articulación concejil y una población mestiza. Plasencia pasó a ser un centro crucial para la transformación de la Extremadura castellana, sin olvidar la presencia eclesiástica al establecer allí una sede catedralicia y afianzar la relación entre la ciudad y el campo. Una relación que terminó al combinarse lo militar con lo ganadero y agrícola en ascensos sociales que concluyeron con la formación de una aristocracia -y su consecuente señorialización- que dio por concluida la etapa fronteriza que tuvo Plasencia, abriéndose un nuevo periodo bien distinto.


 



[1]             Este término hay que entenderlo como tierras que debían ser reorganizadas, núcleos bajo el dominio señorial

[2]             GONZÁLEZ GONZÁLEZ, J., El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, V. I-III, Escuela de estudios Medievales, Textos, CSIC, Madrid, 1960.

[3]             MOXÓ, S de, Repoblación y sociedad en la España cristiana medieval, Rialp, Madrid, 1979, pp. 251-258.

[4]             CORREAS ROLDÁN, J., Anales de la Iglesia Catedral de Plasencia desde su fundación, obra manuscrita, Archivo de la Catedral de Plasencia, leg. 129, ext. 11, fol.2, 1579.

 

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