DESCIFRAR LAS APARIENCIAS
(Una visión personal de la obra de María Jesús Manzanares)
María Jesús Manzanares, formada en Salamanca, atraída por la figura de Joseph Beuys, de Wolf Vostell y las investigaciones de Louise Bourgeois, a lo cabe añadir las enseñanzas de Concha Jerez y Fernando Sinaga, ha desarrollado uno de los trabajos más interesante dentro de los planteamientos conceptuales de las artistas españolas. Su trabajo es polifacético y poliédrico. Ha realizado instalaciones, fotografías, pintura, performance y escultura, donde pone de manifiesto sus experiencias centrándose, especialmente, en temas relacionados con la memoria y la mujer con un punto de vista crítico. Fernando Pérez lo resumía así en 2014 en el catálogo de la exposición Zurbarán. Miradas Cómplices: «Su trayectoria a lo largo de más de 20 años se fundamenta en una eterna búsqueda y experimentación creativa. Su estética se recrea en un juego simbólico que surge desde lo más íntimo a través de súbitos impulsos vitales. Sus imágenes y su obra parten de la experiencia de lo vivido y del diálogo de la materia y la idea que expresan».
La vivencia, el recuerdo, la casa, la
ruina, la herida… son términos, pues, sobre los que ha indagado a lo largo de
su trayectoria. Toda su producción creo que hay que enjuiciarla como una gran glosa sobre
el mundo en el que habitamos: la materia reciclada con valores casi contrarios
a su origen, el desagarro o la dulzura que desprenden sus creaciones, esos objetos que invoca, la escritura que fortalece
el contenido mostrado… perfilan magistralmente un carácter tenaz conceptual en
el sentido más amplio que podamos usar. Una labor que, por otra parte, no guarda ningún resquicio ni
para la evocación ni para la nostalgia. Todo lo que vemos en sus creaciones
sirve como memoria de unas acciones cuya naturaleza puede ser efímera, pero, de
la misma forma, pueden cumplir funciones documentales, presentarse como el ojo
y el oído crítico de códigos y sistemas sociales, son capaces de crear
ficciones o relatos paródicos de la realidad o, incluso, mostrarnos -a modo de
ensayo- su propio experimento al recurrir a imágenes sin más referentes que ellas
mismas en plena transformación.
Con la ayuda de estos medios, sus creaciones ofrecen una representación diferente del espacio, del movimiento, y sobre todo del tiempo. Así lo atestigua toda su trayectoria, desde Que la tierra te sea leve, en 1995, hasta su libro Guardas o Saca las semillas al sol en 2021. Quizá, los ejemplos que nos sirven sean los de la primavera del año 2004, como consecuencia de la beca Francisco de Zurbarán, cuando desarrolló un proyecto en torno a la construcción-destrucción, dentro de estela vostelliana, titulado El cuerpo desnaturalizado, donde conjuga el rastro de la presencia humana y el trabajo secular de un espacio concreto, los Barruecos. Otro caso lo tenemos en su mirada a Zurbarán en 2014, en la que, mediante una alegoría zurbaranesca, nos remite a unas telas que son a la vez poéticas y místicas, novelescas y religiosas. Y lo son merced a un ideal plástico que se esfuerza en descifrar para comprender qué hay debajo de las apariencias, de esos linos y objetos que componen la serie. O en la performance Espigar la memoria, ya en 2019, con dos instalaciones en Cáceres, cuando recurre a sacos de lino de antiguos ajuares llenos de trigo, a cintas bordadas con frases de Wolf Vostell y panes…. Todo un planteamiento basado en la interdisciplinariedad.
Su actitud es una postura existencial del comportamiento humano que
iguala la vida (encontrada) y el arte, un sentimiento en ocasiones trágico,
ajeno a los planteamientos placenteros o hedonistas al uso, que perfila y
dibuja extraordinariamente. Sigue con ello la tradición de clara raíz
hispana de aquel universo llamado la veta
brava, donde se estructuran los sentimientos del
hombre contemporáneo y ve cómo se desvanece aquella Ilustración nacida en la
Europa del siglo XVIII.
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