III

 

Se abre un abismo entre la condición humana y la historia, marcando el camino el culturalismo, las prótesis y la cirugía. Tendemos a no aceptar las alteraciones que nos conducen inexorablemente a la vejez, al cambio de imagen. Por ello, el cuerpo en una lucha contra sí mismo no permite, apelando al alto grado de narcisismo que nos invade, enfrentarse con la decrepitud. Y lo hace hasta tales extremos que el hombre contemporáneo acude cada vez más, por ejemplo, a la incineración, como bien ha defendido Philippe Ariès en su ensayo sobre la historia de la muerte en Occidente9.

Asistimos a una especie de tragicomedia donde lo esencial es la felicidad, es como algo imperativo que va diluyendo la realidad en el progreso de una cultura cada vez más «médicalizada». Los debates éticos sobre una muerte digna están ahí, plantean el cambio de ser «dueños» de nuestro cuerpo por «propietarios» de su imagen, la certeza de un cuerpo joven que olvida paulatinamente nuestro espíritu. Sólo nos queda enfrentarnos con el tiempo, con la fragilidad de nuestro cuerpo, con la verdad - y no el artificio - en la enfermedad, en el hospital. Es el lugar donde tomamos conciencia, no sin desconsuelo, del sentido de la finitud. Nos hacemos vulnerables, demasiado vulnerables, aunque, como se ha apuntado más arriba, las técnicas médicas, su desarrollo prodigioso, a través de las ecografías, las radiografía, o el escáner nos hacen creer que el cuerpo no es más que un instrumento a nuestra disposición.

En este sentido, sin echar la vista muy atrás, los valores dominantes hasta los años sesenta han dado paso a otro tipo de culto que ha generado al llamado «ser postmoderno». Gille Lipovetsky así lo expresa en su libro sobre el vacío y el individualismo contemporáneos10. Las grandes empresas humanas se han transformado en pequeños grupúsculos donde es más fácil satisfacer nuestros deseos: el orden y las grandes líneas maestras a seguir son trabas que necesariamente han de evitarse. Prevalece el interés personal sobre el ideal. Ya no existen las grandes causas sociales, todo se ha reducido a la salud y a lo corporal. El deporte, los nuevos hábitos alimentarios, las terapias, la filosofía oriental... marcan la regla: yo y siempre yo.

Marc Augé ha definido este desbordamiento de la realidad en el concepto de «mirada moderna», condensada en el cine, como si fuese una metáfora donde el individuo se ve y se reconoce11. Lo trascendente da paso a las sensaciones: la persona y su dimensión física requieren toda nuestra atención. Paradójicamente, en el siglo XX se ha hecho un recorrido inverso a la hora de afrontar el término de «lo bello». Si la Ilustración lo defendió como única cualidad estética a tener en cuenta, la centuria pasada lo hizo desaparecer por completo en el ámbito artístico, achacándole cierta comercialización y considerándolo casi un estigma, un desdoro12. Pero esta aparente contradicción viene a incidir, utilizando caminos opuestos, sobre la importancia que la modernidad, como se ha apuntado, dio al cuerpo y a su admiración. De hecho, la banalización a la que están sometidos hoy estos dos conceptos, belleza y cuerpo, han llevado a ese ideal ilustrado en la década de los años noventa a emparentarlo y asociarlo con la «disonancia». 

 

  A MODO DE EPÍLOGO


Hemos convertido al cuerpo en un juego político. No se reconoce, según el antropólogo francés, la dualidad que aportó la modernidad, sino que se ha construido una nueva: el dualismo entre cuerpo y alma ha cesado para dar paso al desdoblamiento del hombre y su propio cuerpo. Una vez que éste se separa de aquél se convierte en un objeto que puede borrarse, modificarse, moldearse según el gusto. Se convierte, paradójicamente, en mercancía y, a la vez, en algo abstracto: las referencias culturales se van borrando, la religión pierde la facultad de congregar al hombre en torno a unas creencias comunes y algunos científicos se nos revelan como los nuevos padres que otorgan certidumbres y anuncian un futuro con cambios espectaculares, merced, eso sí, a la genética y al ciberespacio. Todo un conglomerado que ha de hacernos reflexionar sobre la peligrosa tendencia que tenemos a la mecanización excesiva de nuestras vidas. Y en este punto nos hallamos. 
 
 

9 ARIÈS, PH., Historia de la muerte en Occidente, El Acantilado, Barcelona, 2000.

10 LIPOVETSKY, G., La era del vacío, Anagrama, Barcelona, 1986.
11 Opus cit., AUGÉ, M., opus cit., 1998.
12 DANTO, A. C., El abuso de la belleza, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 42 y ss.

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