Juan José Narbón, un artista visceral

 


Hablar de Juan José Narbón es hablar de uno de los ejes que marcaron el arte español en los difíciles años cincuenta y sesenta. Fue uno de los pocos que renovaron el lenguaje desde una realidad despojada, desde dentro, desde Extremadura, aunque su modo de ver y entender siempre trascendió los estrechos límites de la geografía. Hoy sería muy difícil entender parte del siglo XX sin sus aportaciones en estas tierras. Su obra debe sumarse a la de grandes maestros extremeños, como Timoteo Pérez Rubio, Isaías Díaz, Godofredo Ortega Muñoz, Juan Barjola, Wolf Vostell o Ángel Duarte. Su vida y su obra configuran un entramado de silencios y obsesiones, de lucidez y perseverancia que atraviesan cruces de camino esenciales en el complejo mundo artístico de la segunda mitad del siglo XX. Caminos que van desde la denominada realidad disfrazada, heredada de su primera formación dentro de los estrechos márgenes del costumbrismo y el regionalismo que se impuso en la España franquista, hasta en esa definición exacta de la pintura ya en las postrimerías de la posmodernidad y en la transición a una era global.


Juan José Narbón, autodidacta y alejado de las enseñanzas académicas de la época, propugno un arte al margen de lo banal. No se preocupó por los problemas que fijaron su mirada en lo meramente estético, en los que se vieron envueltos muchas tendencias. Al contrario, la rotundidad con la que afrontaba sus trabajos, el compromiso llevado a extremo, su expresionismo, su manera de entender el paisaje con ese apego a la tierra y la figura humana que la habita configuran todo un alegato visceral que cierra, desgraciadamente, una etapa esencial e irrepetible en el arte de Extremadura.

 


Quienes le conocimos y conversamos a menudo con él, sobre todo en los últimos años en su casa de Torrequemada, en su soledad, sabemos que su figura sobrepasará el tiempo para colocarse a la altura que siempre tuvo, aunque no haya sido lo suficientemente reconocida o bien haya sido aprovechada por determinados intereses. Su labor creativa es un ejemplo que ha detenerse presente en estos días que corren, días de globalización, de revolución mediática, de consumo, de eclecticismo ideológico, de imitadores... Quizá, su postura ante a vida y el arte sea su mejor legado al seguir los dictados de aquellos conceptuales de los años sesenta. Su figura se ha ido diluyendo en la Historia «porque existe una distancia crítica insobornable y definitiva: el paso del tiempo». De ahí que de Juan José Narbón hoy no se tiene toda la información desgraciadamente y ahí reside la causa de su lento olvido[1].

 



[1] «Los enemigos del arte contemporáneo», debate coordinado por Marga Paz, en El Europeo, núm. 50, diciembre 1994-enero, 1995

 

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