PLASENCIA, UNA CIUDAD EN TRÁNSITO
Quienes eligieron este lugar
para levantar una ciudad
a imagen y semejanza del paraíso
no ignoraron la presencia de un río.
En nuestro caso el Jerte.
Álvaro Valverde, Una ciudad, 2007.
Mirar una ciudad no es tan sencillo como parece. Además de tener los cinco sentidos puestos en sus calles y sus gentes, se necesita memoria para poder comprender cómo se ha forjado a lo largo de los siglos, se requiere transitar por su historia. La ciudad así entendida se nos presenta como un escenario donde actúan muchos protagonistas. El guion lo marca el tiempo y los decorados van cambiando a la par que se multiplican los puntos de vista. Posiblemente, una catedral o un convento, La Mota o la ermita de Santa Catalina del Arenal configuren una secuencia en la Historia o un elemento significativo en la trama urbana de Plasencia. Pero junto al testimonio mudo existen personajes que también forjan la intrahistoria: la ciudad no se funda, se forma. Y ocurre porque existen hombres y mujeres que se vinculan a un lugar, existe una sociedad que crea otros espacios y fragmenta su concepción en multitud de formas. Estos cambios generan, a la postre, distintos tiempos en la ciudad. Plasencia se ha ideado desde muchos ángulos. En este sentido es poliédrica. Se ha construido y deconstruido en multitud de ocasiones. La hemos imaginado de mil maneras y en ella todo tiene cabida y todo suma.
Al enfrentarnos a la memoria del Ambroz y con ella a la de Plasencia, siempre hemos de tener presente que su importancia debe enjuiciarse en torno a dos realidades históricas - al margen de la religiosa-, como son la comunicación y la trashumancia: la vía romana que unía Mérida con Astorga (asentada en este tramo que une las provincias de Cáceres y de Salamanca sobre viejos caminos celtas, lusitanos y vetones)- y la Cañada Real de la Vizana que enlazaba las tierras de Badajoz con los lagos asturianos de Saliencia, siendo la ciudad de Plasencia donde se desdobla para enlazar, por una parte, con la Soriana, camino de Monthermoso, y la que se dirige hacia los grandes espacios adehesados a través de Monfragüe para desembocar en la penillanura trujillano-cacereña.
Dos caminos complementarios, el romano y el de la trashumancia, que comenzaron a perder atracción con la desaparición de la Mesta y, consecuentemente, el declive de un territorio que fue esencial en la organización del oeste peninsular, desapareciendo definitivamente con el abandono de los embarcaderos cuando se suprimió la línea férrea entre Plasencia y Astorga que aún daba cohesión y articulación territorial a un camino histórico[1].
A pesar de todo ello, el territorio del Ambroz debemos analizarlo como soporte espacial de la vida humana, como comunicación, encuentro y fuente de riqueza. Como un fundamento que ha evolucionado a tenor de su humanización y de poder asegurar el desarrollo material de los pueblos, villas o concejos. Desde esta perspectiva histórica, indagando en los argumentos pasados de su configuración actual, hemos de emprender su recorrido histórico tomando como eje principal la aparición de la ciudad de Plasencia. Por esta razón, han de abordarse sus precedentes históricos y hay que plantearse el estudio de la antigua Ambracia como un espacio geográfico en el que se instalan hombres y sociedades que han ido estableciendo a lo largo de los siglos unas relaciones dialécticas de ocupación y de aprovechamiento, determinando una definición precisa de ese ámbito y de su comunidad. Y el fruto de esos nexos no es otro que la configuración de un territorio que pasa de ser considerado como un espacio físico a constituir un concepto de territorialidad.
En este sentido, hemos de establecer una serie de apartados que vayan dándonos las pautas de cómo ese territorio ha ido transformándose desde los primeros asentamientos prerromanos hasta la configuración de una ciudad medieval a la que se van superponiendo periodos de crecimiento y etapas de estancamiento que materializan el presente de Plasencia. Una ciudad que se ha reestructurado en muchas ocasiones desde que Alfonso VIII le otorgara un fuero.
[1] ÁLVAREZ RODRÍGUEZ, R., «Los caminos del Oeste peninsular y la trama de los paisajes», en De Babia a Sierra Morena, Wenaewe, Oviedo, 2010, p. 11.
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