II 


 Una variedad de sushi es exhibida sobre el cuerpo de una mujer. EFE/Archivo

Los signos externos de felicidad, los cuerpos que rebosan salud, cuerpos graciosos, musculosos, elegantes, jóvenes, perfectos, cuerpos publicitarios que invaden diariamente la vida en todas sus dimensiones... son las referencias para que los deseos se hagan realidad. Nuestra imagen no pierde la esperanza de aproximarse a la cualidad estética de esas «estrellas» e, incluso, conquistarla algún día. Es una especie de «euforia perpetua» que conlleva insidiosamente una parte peligrosa y negativa, que puede resumirse en la marginación social. Aquellos que no partan de un canon fijado por el momento no tendrán las mismas oportunidades.

El cambio que la imagen del cuerpo ha sufrido a lo largo de la historia, hoy, sin duda, se nos muestra como algo estrechamente vinculado a los avances técnicos y científicos. El hombre aparece ante sí como un cuerpo que se remite y se aparta a la vez de su condición más humilde. La fragilidad de su estructura, la enfermedad, la vejez, la muerte... es algo que se nos ha vuelto insoportable. Ese cuerpo se ha convertido de forma casi imperceptible desde los años sesenta en un auténtico caos que nos toca ordenar dignamente a la altura de las circunstancias actuales. David Le Breton ha analizado, a través de sus libros y ensayos, la lógica social y cultural que guía y justifica el interés que Occidente tiene por todo lo concerniente a lo corporal.

Nuestro encuentro con el cuerpo se manifiesta en un exceso de consumo de productos para regular nuestra afectividad. Existen pócimas para dormir, para despertarse, para estar en forma, mejorar la memoria, el rendimiento, la ansiedad, el agobio... para estar plenamente activo y responder a las exigencias que nos marca el tiempo. El cuerpo está programado y se ha convertido es una especie de bosquejo que se borra y se corrige en función de las imperfecciones que se vayan entrecruzando. Recurrimos con frecuencia, consciente o inconscientemente, al mito del enfant perfait, un ser fabricado con materiales de calidades morfológicas y genéticas. Nos transformamos en artefactos cuya finalidad no es sino la búsqueda de una «humanidad gloriosa».

Indudablemente, el cuerpo así entendido nos conduce a un nuevo narcisismo, a la envidia, a la disputa, a las contradicciones interiores, a la frustración por no ser lo que debiera ser. Esta visión materialista de la persona provoca de manera irremediable una angustia vital que atormenta a los adolescentes y obsesiona a los hombres y mujeres: el cuerpo es el reflejo de uno mismo. El cambio de apariencia física puede llegar a borrar de la condición humana el rastro de cualquier huella intelectual y moral. El reduccionismo al que estamos sometidos es de tal calibre que la estética se sobrepone al paso y al peso del tiempo, y todo lo que la modernidad aportó se va alejando de nuestras mentes. Los cuerpos no son más que «borradores que han de corregirse o materiales que deben crearse».

 Y el cuerpo así es entendido como une especie de no-lugar, como un objeto transitorio, manejable según los deseos o la imaginación del individuo. Tal vez quien mejor ha expresado esta idea tan confusa y tan difusa, ha sido el gran teórico del arte y de diseño, el argentino Tomás Maldonado: «existe una ambivalencia de fondo en las realidades virtuales y hasta en toda la cultura de la virtualidad» 7. Lo contrario del lugar y lo corporal nos remite a una construcción concreta 8. O, como dice el mismo David Le Breton, el texto sustituye al sexo, la pantalla del ordenador a la carne donde no existe temor alguno a contagiarse de sida o de cualquier enfermedad de transmisión. Sólo nos queda la figura del hombre fuera del cuerpo y, por ende, nosotros estamos encaminados hacia una humanidad sin sensorialidad.

5 RAMÍREZ, J.A., Copus solus. Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, Ediciones Siruela, Ma­drid, 2003, p. 21.

6 Cfr. MAYAYO, P., «La reinvención del cuerpo», en Tendencias del arte, arte de tendencias a principios del siglo XXI, Cátedra, 2004, p. 86. 70

7 ARIÈS, PH., Historia de la muerte en Occidente, El Acantilado, Barcelona, 2000

8 AUGÉ, M., Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, Editorial Gedisa, 1998, p.57-58.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog